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monitorizar, grabar mis actividades diarias y asegurarse, de ese modo, de

que mis derechos humanos fueran respetados. Sin el dispositivo, no habría

pruebas digitales de lo que me ocurriera a partir de ese momento. Si los

servicios de seguridad de IOI me pillaban antes de que lograra salir del

edificio con una unidad de almacenamiento de datos llena de información,

que incriminaban claramente a la empresa, era hombre muerto. Los sixers

me torturarían y matarían, y nadie lo sabría nunca.

Ejecuté algunas tareas finales relacionadas con mi plan de huida y salí de

la intranet por última vez. Me quité el visor y los guantes, y abrí el panel de

acceso de mantenimiento situado junto a la consola de entretenimiento.

Había un pequeño espacio vacío bajo el módulo de ocio, entre la pared

prefabricada de mi unidad habitacional y la contigua. Retiré el paquete

pulcramente doblado que había escondido allí, que contenía un uniforme de

técnico de mantenimiento envasado al vacío, una gorra y la chapa

identificativa. (Como en el caso de la unidad de almacenamiento, había

enviado un formulario por intranet solicitándolos y pedido que me los

mandaran a un cubículo vacío de mi misma planta.) Me quité el mono de

recluta y lo usé para secarme la sangre de la oreja y el cuello. Después saqué

dos tiritas que guardaba bajo el colchón y me cubrí con ellas los agujeros del

lóbulo de la oreja. Una vez vestido con mi nuevo uniforme de técnico de

mantenimiento, extraje con cuidado la unidad de almacenamiento de datos

de la ranura y me la guardé en el bolsillo. Luego, levanté el audífono y

acercando a él la boca, dije:

—Necesito ir al baño.

La trampilla de la unidad habitacional se abrió a mis pies. El pasillo

estaba oscuro y desierto. Metí el audífono y el mono de recluta bajo el

colchón y la anilla en el bolsillo de mi uniforme nuevo. Y entonces, tras

obligarme a mí mismo a respirar hondo, salí del sarcófago y bajé por la

escalera.

De camino hacia los ascensores me crucé con algunos otros reclutas

pero, como de costumbre, ninguno de ellos me miró a los ojos. Un gran

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