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0029

Una gruesa capa de abandono lo cubría todo. Las calles, los edificios, la

gente. Incluso la nieve parecía sucia. Caía en copos grises movidos por el

viento, como ceniza tras una erupción volcánica.

La cantidad de gente sin techo parecía haber aumentado notoriamente.

Las calles eran una sucesión de tiendas de campaña y cajas de cartón, y los

parques públicos que vi se habían convertido en campos de refugiados. A

medida que el vehículo se adentraba en el corazón del distrito de los

rascacielos, vi gente apretujada en todas las esquinas, en todos los

estacionamientos vacíos, acurrucada alrededor de fuegos encendidos en

barriles abiertos, de estufas de gasóleo. Otros hacían cola junto a las

estaciones gratuitas de recarga eléctrica, ataviados con visores y guantes

hápticos aparatosos, anticuados. Mientras, a través de alguno de los puntos

de acceso gratuitos a las conexiones wireless que GSS tenía repartidos por el

centro, interactuaban con las realidades mucho más agradables de Oasis y

hacían pequeños movimientos de manos, gesticulando como fantasmas.

Finalmente, llegamos al IOI Plaza, en el número 101, el corazón de la

ciudad.

Miré por la ventanilla y vi, asustado y en silencio, la sede de Innovative

Online Industries aparecer ante mí: dos torres rectangulares que flanqueaban

una tercera, redonda, para formar el logo de la empresa. Los rascacielos de

IOI eran los edificios más altos de la ciudad, moles impresionantes de acero

y espejo unidas por pasadizos y raíles. La parte más alta de los dos se perdía

más allá de las nubes. Eran idénticos a sus réplicas en Oasis, pero allí, en el

mundo real, su aspecto imponía bastante más.

El vehículo accedió a un garaje situado en la base del edificio circular y,

desde allí, descendió por una serie de rampas de cemento hasta alcanzar una

gran zona abierta que recordaba a un muelle de carga y descarga. En un

cartel, sobre una hilera de portones, podía leerse: CENTRO DE

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