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—Si lo han encontrado a él, es posible que también te encuentren a ti —

le dije.

—Lo sé. He tomado precauciones.

—Bien.

Shoto separó la Cápsula Beta de su inventario y me la ofreció.

—Daito habría querido que la tuvieras tú.

Yo levanté la mano.

—No, creo que debes quedártela tú. Podrías necesitarla.

Shoto negó con la cabeza.

—Tengo todos sus otros objetos —insistió—. No la necesito. Y además

no la quiero.

Volvió a ofrecérmela, insistentemente.

Agarré el artefacto y lo examiné. Se trataba de un pequeño cilindro de

metal, plateado y negro, con un botón rojo de activación a un lado. Por su

tamaño y aspecto, me recordaba a una de mis espadas-láser. Pero espadasláser

las había a montones. Yo poseía más de cincuenta en mi colección. Y

en cambio sólo había una Cápsula Beta, un arma mucho más poderosa.

Levanté la cápsula con las dos manos y bajé la cabeza en gesto de

respeto.

—Gracias, Shoto-san.

—Gracias a ti, Parzival —dijo él, correspondiendo en la reverencia—.

Gracias por escucharme.

Se puso en pie lentamente. Todo, en su cuerpo, hablaba de derrota.

—No te das por vencido, ¿verdad? —le pregunté.

—Por supuesto que no. —Enderezó la espalda y me dedicó una sonrisa

triste—. Pero encontrar el Huevo ya no es mi meta. Ahora me entrego a una

nueva misión, una misión mucho más importante.

—¿Qué misión?

—La venganza.

Asentí. Me acerqué a la pared y descolgué una de las dos espadas de

samurái que la decoraban. Se la ofrecí a Shoto.

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