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abriendo una ventana delante de mí—. Esto se está transmitiendo en todos

los canales de noticias en este momento. La Policía Federal acaba de detener

a Sorrento para interrogarlo. Han entrado en la central de IOI y lo han

arrancado de su silla háptica, literalmente.

En efecto, en ese momento se iniciaba una transmisión realizada con

cámara en mano en la que aparecía un equipo de agentes federales que

conducían a Sorrento por el vestíbulo de la sede de IOI. Todavía llevaba el

traje háptico e iba escoltado por un hombre de traje y pelo gris que, supuse,

sería su abogado. Sorrento, más que otra cosa, parecía molesto, como si todo

aquello fuera un inconveniente menor. El texto que podía leerse bajo las

imágenes rezaba: «Director Ejecutivo de IOI Sorrento acusado de

asesinato.»

—Los informativos llevan todo el día emitiendo fragmentos de tu sesión

de chatlink con Sorrento —dijo Hache, deteniendo la emisión—. Sobre todo

la parte en la que te amenaza con matarte y después hace estallar la caravana

de tu tía.

Hache le dio a «Play», y el informativo siguió. Los agentes federales

seguían conduciendo a Sorrento a través del vestíbulo, que estaba lleno de

periodistas que se apretujaban unos contra otros y formulaban preguntas. El

que grababa las imágenes que nosotros veíamos se adelantaba más y

colocaba la cámara muy cerca del rostro de Sorrento.

—¿Cómo se siente al saber que ha perdido el concurso?

Sorrento sonreía, pero no respondía nada. Entonces su abogado se

interponía entre el cámara y él y se dirigía a los periodistas.

—Los cargos presentados contra mi cliente carecen de fundamento —

manifestó—. La grabación de la simulación que se ha divulgado es

inequívocamente falsa. No tenemos más comentarios que hacer por el

momento.

Sorrento asintió. Y salió del edificio, flanqueado por los policías, sin

dejar de sonreír.

—Seguro que el muy cabrón queda impune —dije yo—. IOI puede

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