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Cuando faltaba exactamente un minuto para las doce, uno de los

androides, de nombre SD-03, se activó y desenganchó de su punto de carga.

Avanzó sobre las cintas del tanque, cruzó el suelo del búnker y llegó junto a

la armería situada en el otro extremo. Dos centinelas robotizados montaban

guardia a ambos lados. SD-03 les transmitió su solicitud de equipo —una

orden que yo mismo había remitido por la intranet de los sixers dos días

antes—. Los centinelas comprobaron la solicitud y se apartaron, permitiendo

que SD-03 entrara en el cubículo. El androide fue dejando atrás estantes

llenos de una amplia variedad de armamento: espadas mágicas, escudos,

poderosas armaduras, rifles de plasma, cañones de riel, entre muchas otras.

Finalmente, se detuvo. El estante que tenía delante contenía cinco grandes

dispositivos con forma de octaedro, del tamaño de un balón de fútbol. Cada

uno de ellos contaba con un pequeño panel de control instalado en uno de sus

ocho lados, junto a un número de serie. SD-03 encontró el número de serie

que coincidía con el de la solicitud. Entonces, siguiendo la secuencia de

instrucciones que yo había programado, el pequeño androide usó su dedo

índice, diseñado como una garra, para introducir una serie de comandos en el

panel de control del dispositivo. Cuando hubo terminado, una de las luces

encendidas sobre el panel pasó del verde al rojo. SD-03 levantó el octaedro y

lo sostuvo entre sus manos. Al salir de la armería, una bomba antimateria de

fricción inducción quedó descontada automáticamente del inventario de los

sixers.

SD-03 abandonó el búnker y fue subiendo una serie de escaleras y

rampas que los sixers habían construido en los muros exteriores del castillo

para facilitar su acceso a los niveles superiores. De camino, el androide se

encontró con varios controles de seguridad. En todos los casos, unos

centinelas robóticos escaneaban su permiso de paso y comprobaban que el

androide estaba autorizado para desplazarse donde le diera la gana. Cuando

llegó al nivel superior del Castillo de Anorak, se dirigió a una gran

plataforma de observación situada en él.

Es posible que, llegado a ese punto, SD-03 suscitara alguna mirada

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