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civilización tecnológica. Nuestras manos evolucionaron para agarrar

herramientas, de acuerdo, incluidas las nuestras. Lo cierto es que los

pensadores, los inventores y los científicos suelen ser miopes y

torpes, y los miopes y los torpes lo tienen más complicado que otros

para acostarse con otros seres humanos. Sin la válvula de escape, sin

la descarga sexual proporcionada por la masturbación, difícilmente

los primeros humanos hubieran llegado a dominar los secretos del

fuego, o hubieran inventado la rueda. Y podéis estar seguros de que

Galileo, Newton y Einstein no habrían realizado sus descubrimientos

si antes no hubieran aclarado la mente «dándole a la manivela» (o

«eliminando unos cuantos protones del átomo de hidrógeno»). Y lo

mismo puede decirse de Marie Curie. Antes de descubrir el radio,

seguro que antes descubrió que tenía un «hombrecillo en la canoa».

Aquélla no era una de las teorías más populares de Halliday, pero a mí

me gustaba.

Al acercarme al baño medio tambaleante, un gran monitor extraplano

colgado en la pared se encendió y el rostro sonriente de Max, mi agente de

sistemas virtual, apareció en la pantalla. Lo había programado para que se

iniciara unos minutos después del encendido de luces, para estar algo más

despierto cuando empezara a ametrallarme con sus cosas.

—Bue-bue-buenos días, Wade —tartamudeó Max con su tono entusiasta

—. ¡Levánta-ta-ta-te y anda!

Un agente de sistemas virtual era una especie de asistente personal, que

también hacía las veces de interfaz activador de voz del ordenador. Se

trataba de una aplicación con múltiples opciones de configuración, que

incluía centenares de personalidades preprogramadas entre las cuales

escoger. Yo había programado la mía para que se pareciera, sonara y se

comportara como Max Headroom, el presentador-estrella de un talk-show

televisivo de finales de los ochenta generado por ordenador, un hito de los

programas ciberpunk, en el que se sucedían los anuncios de Coca-Cola.

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