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multinacional desalmada como IOI.

El problema evidente (que el vendedor, como es lógico, no mencionaba),

era que todos aquellos códigos no servían de nada a menos que uno tuviera

acceso a la red de la empresa. Y la de IOI era una red autónoma de máxima

seguridad sin conexiones directas a Oasis. La única manera de acceder a ella

era convertirse legalmente en uno de sus empleados (algo muy difícil y que

llevaba mucho tiempo). La otra opción era sumarse al creciente ejército de

reclutas forzosos.

En su momento, había decidido pujar de todos modos por aquellos

códigos de acceso, pensando en el hipotético caso de que pudieran serme de

utilidad algún día. Como no había modo de verificar la autenticidad de los

datos, el precio de salida no varió mucho durante la subasta y terminé

llevándomelos por unos pocos miles de créditos. Unos minutos después de

que concluyera la subasta los recibí en mi bandeja de entrada. Tras

desencriptarlos, los examiné con detalle. Todo parecía auténtico, de modo

que los archivé para revisarlos en otro momento y me olvidé de ellos…

hasta unos meses después, cuando contemplé la barricada de los sixers

alrededor del Castillo de Anorak. Lo primero que me vino a la mente fueron

las claves de acceso de IOI. Y los engranajes de mi cerebro se pusieron en

marcha, y mi descabellado plan empezó a tomar forma.

Alteraría los registros económicos de Bryce Lynch, mi identidad falsa,

para dejarme reclutar forzosamente por IOI. Una vez que me hubiera

infiltrado en el edificio y hubiera superado el telón de seguridad de la

empresa, usaría las contraseñas de la intranet para introducirme

furtivamente en las bases de datos privadas de los sixers y hallaría la manera

de derribar el escudo que habían erigido sobre el Castillo de Anorak.

El plan era tan disparatado que suponía que nadie podía haberlo previsto.

No comprobé la validez de las contraseñas hasta mi segunda noche como

recluta. Estaba nervioso, no sin motivo, porque si finalmente resultaba que

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