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había en una esquina sonaba, a todo volumen, Video Fever, de los Beepers.

Todo era idéntico y sonaba exactamente como en la película. Halliday había

copiado hasta el último detalle y lo había recreado como simulación

interactiva.

Mierda.

Me había pasado años imaginando qué retos me aguardarían en el

interior de la Primera Puerta, pero jamás había imaginado algo así. Aunque

debería haberlo hecho. Juegos de guerra fue, y siguió siendo durante toda su

vida, una de las películas favoritas de Halliday. Precisamente por eso yo la

había visto más de treinta veces. Bueno, por eso y porque era absolutamente

genial, con aquel hacker adolescente de la vieja escuela como protagonista.

Al parecer, mi investigación estaba a punto de resultarme útil.

En ese momento oí un pitido electrónico sostenido. Parecía proceder del

bolsillo derecho de los vaqueros que llevaba. Sin soltar el joystick que

manejaba con la mano izquierda, metí la derecha en el bolsillo y saqué de él

un reloj de pulsera digital. La pantalla señalaba las 7.45 de la mañana. Al

pulsar uno de los botones para silenciar la alarma, en el centro de mi

visualizador apareció un aviso: «¡DAVID, VAS A LLEGAR TARDE AL

COLEGIO!»

Mediante una instrucción de voz saqué el mapa de Oasis, confiando en

descubrir dónde me había llevado la Primera Puerta. Pero resultó que no sólo

no me encontraba ya en Middletown, sino que ya no estaba en Oasis. El

icono de mi localizador aparecía en el centro de una pantalla vacía, lo que

significaba que estaba Fuera del Mapa. Al subirme a la verja, ésta había

transportado mi avatar hasta una simulación autónoma situada en una

ubicación virtual separada de Oasis. Al parecer, el único modo de regresar

era completar la misión. Pero, si aquello era un videojuego, ¿cómo se

suponía que debía jugar? Si era una misión, ¿cuál era el objetivo? Seguí

jugando a Galaga mientras valoraba aquellas preguntas. Un segundo

después, un chico entró en el salón y se acercó a mí.

—Hola, David —me dijo, clavando los ojos en mi juego.

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