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situada en uno de sus talones. Segundos después, los ojos de la bestia

empezaron a emitir unos destellos intensos, amarillentos. Echó hacia atrás la

cabeza, abrió sus fauces y dejó escapar un rugido metálico, desgarrador.

Al momento, los diez avatares sixers que montaban guardia detrás de

Sorrento también extrajeron sus robots de juguete y los activaron. Cinco de

ellos poseían los inmensos leones robóticos que podían convertirse en

Voltron. Los otros cinco, unos mecanos gigantes de Robotech y el Neon

Genesis Evangelion.

—Mierda —oí susurrar a Art3mis y a Hache al unísono.

—¡Vamos! —exclamó Sorrento, desafiante. Su reto resonó en la vasta

extensión atestada de gunters.

Muchos de los avatares situados en primera línea dieron,

involuntariamente, un paso atrás. Otros se volvieron y huyeron. Pero Hache,

Shoto, Art3mis y yo permanecimos donde estábamos.

Consulté la hora en mi visualizador. Quedaba menos de un minuto. Pulsé

un botón en el panel de control de Leopardon, y mi robot gigante desenvainó

su reluciente espada.

Yo no llegué a presenciarlo de primera mano, pero puedo contaros con

bastante exactitud lo que sucedió a continuación:

Los sixers habían erigido un gran búnker blindado tras el Castillo de

Anorak, lleno de cajas de armamento y equipo de batalla que habían

teletransportado hasta allí antes de activar el escudo. También había una

larga hilera formada por treinta Androides de Suministros, ubicados a lo

largo del muro oriental del búnker. A causa de la falta de imaginación del

diseñador de los Androides de Suministros, todos tenían un aspecto idéntico

al del robot Johnny Five de la película Cortocircuito, de 1986. Los sixers

usaban a aquellos androides como chicos de los recados y para que se

encargaran de reponer los equipos y las municiones de las tropas apostadas

en el exterior.

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