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Paré un autotaxi e introduje mi nueva dirección en la pantalla táctil. La

voz sintetizada del ordenador de a bordo me informó de que el trayecto tenía

una duración estimada de treinta y dos minutos según las condiciones de

tráfico del momento. Durante el trayecto, observé las oscuras calles de la

ciudad. Todavía me sentía algo mareado e inquieto. Miraba el taxímetro una

y otra vez para ver cuánto faltaba para llegar. Finalmente, el vehículo se

detuvo frente el edificio de mi nuevo apartamento, un monolito de color

pizarra situado a orillas del Scioto, muy cerca del gueto de Twin Rivers. Me

fijé en el logotipo descolorido de la fachada, que indicaba que aquello había

sido un hotel Hilton.

Pagué la tarifa marcada y me bajé del taxi. Eché un último vistazo a mi

alrededor, aspiré hondo y, cargado con la mochila, entré en el vestíbulo.

Accedí a la cabina de control, donde me escanearon las huellas dactilares y

los patrones de retina. Mi nombre nuevo apareció iluminado, en el monitor.

Una luz verde se encendió, la puerta de la cabina se abrió y pude dirigirme a

los ascensores.

Mi apartamento se encontraba en la planta cuarenta y dos, era el número

4211. Para abrir la puerta había que pasar otro control de retina. Finalmente,

la puerta se desbloqueó y las luces interiores se encendieron

automáticamente. No había muebles en aquella habitación cúbica, que tenía

una sola ventana. Entré y pasé el seguro. Me juré que no saldría de allí hasta

que hubiera culminado mi misión. Abandonaría el mundo real hasta que

encontrara el Huevo.

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