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no me permitía el acceso a Oasis, pero aun así sentí cierto alivio al

ponérmelos.

A partir de ahí, empezaron a someterme a una batería de tests de

dificultad creciente pensados para medir mis conocimientos y mis

habilidades en todas las áreas que pudieran ser de utilidad a mi nueva

empresa. Aquellos exámenes, claro está, tenían que ver con la información

falsa sobre mi formación académica y mi vida laboral que yo había

proporcionado al crear la identidad fraudulenta de Bryce Lynch.

Deliberadamente, me esforcé por responder a la perfección todas las

pruebas relacionadas con el software, el hardware y las redes de Oasis, pero

no las que tenían que ver con James Halliday y el Huevo de Pascua. No

quería que me asignaran a la División de Ovología, porque era posible que

allí me encontrara con Sorrento. No creía que pudiera reconocerme —nunca

nos habíamos visto en persona, y yo ya no me parecía a la imagen que

figuraba en mi expediente escolar—, de todos modos no quería correr el

riesgo. Con lo que estaba haciendo, ya estaba tentando a la suerte mucho

más que cualquier persona en su sano juicio.

Horas después, cuando terminé el último test, me trasladaron hasta una

sala de chats virtuales para que conociera a mi consejera de aprendizaje. Se

llamaba Nancy y, en un tono hipnótico y monocorde, me informó de que,

gracias a la excelente puntuación que había obtenido en los tests y a mi

impresionante currículum laboral, me habían «premiado» con un puesto de

Representante II de Asistencia Técnica. Me pagarían veintiocho mil

quinientos dólares al año, de los que deducirían el coste del alojamiento, la

manutención, los impuestos, la atención médica, dental, oftalmológica y los

servicios recreativos, que se descontarían automáticamente de mi sueldo. El

importe restante (si lo había) se destinaría a saldar la deuda que había

contraído con la empresa. Una vez abonada, mi reclutamiento forzoso

terminaría. Entonces, en función de mi rendimiento laboral, era posible que

me ofrecieran un empleo fijo en IOI.

Todo aquello era, claro está, una broma de mal gusto. Los reclutas no

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