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—Así es —masculló Sorrento—. Sabemos quién eres. Wade Owen

Watts. Nacido el 12 de agosto de 2024. Tus padres están muertos. También

sabemos dónde vives. Resides con tu tía, en un estacionamiento de caravanas

fijas situado en Portland Avenue número 700, en Oklahoma City. En la

unidad 56-K, para ser exactos. Según nuestro equipo de vigilancia, la última

vez que se te vio entrar en la caravana de tu tía fue hace tres días, y desde

entonces no has salido de ella. Lo que significa que ahí sigues.

Tras él se abrió una ventana de vídeo que mostraba una imagen en

directo de las Torres, donde yo vivía. Se trataba de una toma aérea, filmada

tal vez desde un avión, o desde un satélite. Desde ese ángulo sólo podían

monitorizar los dos accesos principales, y no me habían visto salir a través

del ventanuco del cuarto de la lavadora todas las mañanas, ni regresar por él

todas las noches. En realidad, no sabían que en ese momento yo me

encontraba en mi guarida.

—Ahí lo tienes —dijo Sorrento. Su tono exageradamente amable,

condescendiente, había regresado—. Hazme caso, deberías salir un poco

más, Wade. No es saludable pasar tanto tiempo encerrado en casa.

La imagen aumentó varias veces, y el zoom se concentró en la caravana

de mi tía. Segundos después pasó a operar en modo de imágenes térmicas y

distinguí el perfil resplandeciente de más de doce personas, niños y adultos,

que estaban sentados en su interior. Casi todos ellos aparecían inmóviles,

pues probablemente estuvieran conectados a Oasis.

Mi asombro era tal que me quedé sin habla. ¿Cómo me habían

localizado? En teoría, era imposible que nadie accediera a la información de

las cuentas de Oasis. Y, además, mi dirección no figuraba siquiera en la mía.

No tenías por qué facilitarla cuando creabas tu avatar. Con el nombre y la

huella de retina bastaba. ¿Entonces? ¿Cómo habían averiguado dónde vivía?

No sabía cómo, pero habían debido de tener acceso a mis datos escolares.

—Es posible que tu primer impulso, ahora mismo, sea desconectarte y

salir corriendo —continuó Sorrento—. Te ruego que no cometas ese error.

En realidad, tu caravana está rodeada de gran cantidad de explosivos de

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