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mitad pizzería para jóvenes, mitad salón recreativo. Tras el mostrador

trabajaban varios PNJ que preparaban la masa o cortaban porciones de tarta.

(Activé mi torre olfativa Olfaprix y constaté que, en efecto, allí olía a salsa

de tomate.) El local estaba dividido en dos mitades, el comedor y la sala de

juegos. De hecho, en el comedor también los había; las mesas de cristal,

conocidas como «cabinas de cóctel», eran, en realidad, consolas que

permitían a sus usuarios jugar sentados. Así, mientras uno se zampaba una

pizza podía jugar a Donkey Kong sin levantarse de la mesa.

Si hubiera tenido hambre, habría podido pedir una porción de pizza real

en el mostrador. El pedido habría sido remitido a un distribuidor cercano a

mi complejo de apartamentos, el que yo hubiera especificado en mi lista de

preferencias de mi cuenta de alimentación de Oasis. La porción de pizza

habría llegado a mi puerta en cuestión de minutos y la habrían cargado mi

cuenta.

Cuando entraba en la sala de juegos oí que en los altavoces colgados de

las paredes enmoquetadas sonaba una canción de Bryan Adams. Bryan

cantaba que, fuera donde fuese, veía que los chicos querían bailar rock. Pulsé

la tecla correspondiente en la máquina de cambio y pedí sólo una moneda de

veinticinco centavos. La retiré de la bandeja de acero inoxidable y me dirigí

al fondo del local, intentando fijarme en los detalles más nimios de la

simulación. Vi una nota escrita a mano y pegada sobre el tablero de un juego

de Defender que decía: «Si superas la puntuación máxima del dueño, una

pizza familiar gratis.»

En ese momento, en la pantalla de un juego de Robotron se mostraba la

tabla de puntuación. Robotron permitía que el jugador con la mayor

puntuación de todos los tiempos escribiera una frase entera junto a los

dígitos, en lugar de las iniciales de rigor, y el máximo anotador de esa

consola había usado aquel preciado espacio para anunciar: «El subdirector

Rundberg es un capullo integral.»

Me adentré más en la oscura cueva electrónica y llegué frente a una

máquina de Pac-Man, al fondo del salón, encajada entre una de Galaga y

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