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sospecharía algo. De modo que opté por dejar que la llamada pasara al

videomail. El rostro de Hache apareció en una pequeña ventana del

visualizador. Me llamaba desde algún escenario de combate PvP. Allí, tras

él, en un campo de batalla de varias plantas, había un montón de avatares

enzarzados en fiero combate.

—Zeta, tío. ¿En qué andas metido? ¿Te estás haciendo una paja mientras

ves a lady Halcón, o qué? —Esbozó su sonrisa de gato de Cheshire—.

Llámame. Sigo con la idea de preparar palomitas y organizar un maratón de

Spaced.

Le envié una respuesta de texto diciéndole que tenía muchos deberes y

que esa noche no podría pasar por allí. Acto seguido abrí el módulo de «La

tumba de los horrores» y empecé a leerlo de nuevo, página a página. Lo hice

despacio, a conciencia, porque estaba casi seguro de que contenía una

descripción detallada de todo lo que estaba a punto de encontrarme.

«En los lejanos confines del mundo, bajo una colina perdida y solitaria

—se leía en la introducción del módulo— yace la siniestra Tumba de los

Horrores. Esta cripta laberíntica está llena de trampas terribles, monstruos

raros y feroces, tesoros ricos y mágicos y, en ella, en alguna parte, se

encuentra el malvado cadáver viviente.»

Aquella última parte me preocupaba. Un cadáver viviente era una

especie de zombi, por lo general un hechicero o un rey muy poderoso que,

recurriendo a la magia para mantener su intelecto unido a su propio cadáver

reanimado, alcanzaba una forma pervertida de inmortalidad. Yo me había

encontrado con cadáveres vivientes en muchísimos videojuegos y novelas de

fantasía. Y era mejor evitarlos a toda costa.

Estudié el mapa de la tumba y las descripciones de sus muchas estancias.

La entrada al sepulcro quedaba enterrada en un costado de un precipicio

medio derrumbado. Un túnel conducía hasta un laberinto de treinta y tres

salas y cámaras, todas atestadas de gran variedad de monstruos malísimos,

trampas mortales y tesoros (casi siempre malditos). Si, por lo que fuera, uno

lograba sobrevivir a las trampas y no se perdía en el laberinto, al final

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