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dos nalgas.

A medida que avanzaba por la cinta, unos monitores planos situados a

cierta altura proyectaban sin parar una película formativa de diez minutos de

duración, en una secuencia infinita: «¡Reclutamiento de Trabajadores

Forzosos: el camino más rápido para pasar de las deudas al éxito!» Los

participantes eran estrellas de la televisión que, con voz alegre, vomitaban

propaganda de la empresa al tiempo que exponían los detalles de la política

de reclutamiento forzoso de IOI. Después de verla cinco veces, había

memorizado toda aquella mierda. Cuando llevaba diez, movía los labios a la

vez que los actores.

«¿Qué debo esperar una vez completado mi proceso inicial y situado ya

en mi puesto de trabajo?», preguntaba Johnny, el personaje principal del

cortometraje formativo.

«Debes esperar la esclavitud permanente, Johnny», pensaba yo. Pero

seguía mirando una vez más al representante de recursos humanos de IOI,

que con voz amable le contaba a Johnny cómo era el día a día de un recluta.

Finalmente llegué al estadio final, donde una máquina me anilló el

tobillo con una banda metálica acolchada, un poco por encima de la

articulación. Según la peliculita explicativa, gracias a él mi posición

espacial quedaba monitorizada en todo momento, además de que autorizaba

o denegaba mi acceso a las distintas áreas del complejo de oficinas de IOI.

Si intentaba escapar, quitarme la anilla o crear problemas de cualquier clase,

el mecanismo estaba diseñado para proporcionar descargas eléctricas

paralizantes. Y, si era necesario, también podía administrar una dosis

elevada de tranquilizante que llegaba directamente al torrente sanguíneo.

Cuando me instalaron la anilla, otra máquina me introdujo un pequeño

dispositivo electrónico en el lóbulo de la oreja derecha, anclándolo en dos

puntos. Me estremecí de dolor y solté varios tacos. Sabía, por la película

explicativa, que acababan de colocarme un DOC, es decir, un Dispositivo de

Observación y Comunicación, al que casi todos los reclutas llamaban «el

audífono». Me recordaba a los dispositivos que los conservacionistas

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