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¿Y dónde coño se encontraba ese «hogar viejo y decrépito»? Esa parte de

la pista era tan general que resultaba desesperante. La casa de Middletown

en la que Halliday había pasado su infancia no podía considerarse

«decrépita»; pero, claro está, podía referirse a alguna otra casa de su ciudad

natal. Con todo, esa posibilidad parecía demasiado fácil, y la posible

ubicación demasiado cercana al escondite de la Llave de Cobre.

En un primer momento pensé que aquel «hogar decrépito» podía hacer

referencia a la película La revancha de los novatos, una de las favoritas de

Halliday. En ella, los novatos del título alquilan una casa decrépita y la

arreglan (durante uno de esos montajes musicales tan típicos de los ochenta).

Decidí visitar una recreación de la casa de La revancha de los novatos que

encontré en el planeta Skolnick y me pasé un día entero buscando, sin

resultado.

Los últimos dos versos de «La cuarteta» también constituían, para mí, un

misterio absoluto. Parecían decir que, una vez encontrada la casa decrépita,

había que acumular una serie de trofeos y después soplar algún silbato. Tal

vez eso de tocar el silbato tuviera un sentido más figurado y significara

«alertar de algo» o «revelar algo». Fuera como fuese, aquello no tenía

ningún sentido. Pero yo seguía repasando los versos, palabra por palabra,

hasta que se me derretía el cerebro.

Ese viernes, al salir de clase, el día en que Daito y Shoto franquearon la

Primera Puerta, yo estaba sentado en un lugar tranquilo, a pocos kilómetros

del colegio, en una colina de laderas empinadas, con un solo árbol en su

cima. Me gustaba ir allí a leer, a hacer los deberes o simplemente a disfrutar

de las vistas de los campos verdes de los alrededores. En el mundo real no

tenía acceso a paisajes como ése.

Mientras estaba ahí sentado, empecé a revisar los millones de mensajes

que seguían atestando mi bandeja de entrada. Llevaba toda la semana

haciéndolo. Los había recibido de personas del mundo entero. Cartas de

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