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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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años y cursaba el último año de <strong>la</strong> segunda enseñanza y Laomedonte,<br />

seguía en los estudios a <strong>la</strong> hermana mayor.<br />

Pese a los esfuerzos de Tolstoi que trabajaba día y noche y los de<br />

Nefertiti que hacía arepas y empanadas <strong>para</strong> vender, <strong>la</strong> vida de <strong>la</strong> familia<br />

era sumamente difícil en <strong>la</strong> gran metrópolis. La bel<strong>la</strong> cuidad anhe<strong>la</strong>da,<br />

no era <strong>la</strong> quimera de sus sueños mozos.<br />

El inexorable tiempo pasó y cierto día, durante <strong>la</strong>s festividades<br />

navideñas, Tolstoi comenzó a subir sus trescientos veintiséis escalones.<br />

Ya no hacía el ascenso con <strong>la</strong> destreza de siempre. La juventud y <strong>la</strong><br />

fuerza se le estaban agotando, se veía algo canoso y bastante cansado.<br />

Algunos lo vieron subir como el Cristo, haciendo <strong>la</strong>s estaciones en el<br />

Calvario, tenía que descansar <strong>para</strong> aliviar el peso de <strong>la</strong> cruz. Esta cruz<br />

eran <strong>la</strong>s penas y <strong>la</strong>s pesadumbres que lo agobiaban. Otros lo oyeron contando<br />

cada uno de los escalones durante el recorrido hacia su rancho.<br />

Ciento uno. Aquí se sentó nuestro amigo. Recordó a su hija Cleopatra<br />

que recién graduada de bachiller, cuando regresaba de <strong>la</strong> celebración<br />

del grado, dos desnaturalizados <strong>la</strong> agarraron y abusaron de el<strong>la</strong>. De<br />

esta re<strong>la</strong>ción pecaminosa y contranatura nació el producto del pecado<br />

del cual el<strong>la</strong> era inocente. Los amigos cercanos del “filósofo” le hab<strong>la</strong>ron<br />

de un aborto, pero nuestro buen cristiano prefirió cargar él sobre sus<br />

hombros <strong>la</strong> desgracia de <strong>la</strong> familia y su hija, dentro del vientre, exhibir <strong>la</strong><br />

deshonra de su castidad. En fin, muestro amigo Tolstoi se hizo abuelo<br />

de un ser cuyo padre desconocía. A <strong>la</strong> querida nieta le puso el nombre de<br />

Melpóneme o musa de <strong>la</strong> tragedia, según lo afirmaba el libro de nombres,<br />

de acuerdo con el origen de su concepción.<br />

Doscientos uno. Aquí nuestro filósofo volvió a sentarse en el<br />

escalón y notó que <strong>la</strong>s luces de <strong>la</strong> ciudad no alumbraban; un apagón<br />

había dejado <strong>la</strong> gran metrópolis en total oscuridad, incluyendo el barrio<br />

donde vivía. En este descanso hizo presente en su memoria a su hijo<br />

menor Laomedonte, que ya no vivía con él.<br />

Recordó cuando varios amigos de su hijo le fueron avisar que hubo<br />

una redada en el barrio y como su vástago no tenía antecedentes, se lo<br />

llevó <strong>la</strong> recluta. Cuando fue al cuartel de conscripto a rec<strong>la</strong>mar —por<br />

ser su hijo menor de edad—, <strong>la</strong>s autoridades le comunicaron que al<br />

joven lo habían enviado <strong>para</strong> <strong>la</strong> frontera a prestarle servicios a <strong>la</strong> patria y<br />

además, allá se haría un hombre útil a <strong>la</strong> sociedad. Fue imposible cualquier<br />

diligencia <strong>para</strong> que le devolvieran al padre su querido hijo.<br />

JNMRJ<br />

Luces de <strong>la</strong> gran ciudad

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