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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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JNUPJ<br />

Ovario 2050<br />

otras características, por si desea introducir otras de su preferencia”.<br />

Luego, tuve <strong>la</strong> información, que el<strong>la</strong> marcó tres tec<strong>la</strong>s más y al tocar <strong>la</strong><br />

última, el especialista preguntó: “¿Conforme?” Ante <strong>la</strong> respuesta afirmativa<br />

de <strong>la</strong> dama, el obstetra marcó <strong>la</strong> que decía “enter”; de inmediato<br />

por algún sitio de <strong>la</strong> máquina se eyectó una cápsu<strong>la</strong> contentiva de un<br />

espeso líquido lechoso. Su interior encerraba el espermatozoide con <strong>la</strong>s<br />

características genéticas solicitadas. A continuación, el especialista,<br />

quien sabía de acuerdo con <strong>la</strong> ficha de <strong>la</strong> dama, que el<strong>la</strong> estaba en su<br />

período de fecundación, le pidió que pasara a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> contigua <strong>para</strong> proceder<br />

a <strong>la</strong> inseminación del líquido perlino. De esta forma, se fecundó<br />

el óvulo de mi madre. De <strong>la</strong> manera más aséptica posible, sin <strong>la</strong> participación<br />

de ningún macho de <strong>la</strong> especie.<br />

Mi madre se alejó del centro de concepciones, confiada en que su<br />

futuro bebé sería <strong>la</strong> criatura más perfecta y más linda del mundo.<br />

Mientras se dirigía hacia su domicilio, pensaría en <strong>la</strong>s diversas cualidades<br />

de <strong>la</strong>s cuales estaría dotado su primogénito.<br />

Tengo <strong>la</strong> impresión, que <strong>la</strong> clínica encargada de mi concepción<br />

disponía de un banco de datos insuperable; cualquiera de los otros centros<br />

especializados del ramo <strong>la</strong> envidiaría. Con tanta información, era<br />

como imposible <strong>la</strong> creación de un espermatozoide con <strong>la</strong> conformación<br />

y <strong>la</strong> carga genética deseaba por mi madre; pero el prodigio se logró.<br />

De este entubamiento nací yo, un niño lindo y bello —que ni el<br />

Niño Jesús—, con una carga genética envidiable, hasta por un santo.<br />

Daba <strong>la</strong> impresión que mi futuro era el de un superhombre, en lo que se<br />

refiere a mi agudeza y genio musical; sin <strong>la</strong>s enfermedades que caracterizaron<br />

los insignes músicos de los siglos pasados. Ni sordera, ni locura,<br />

ni sífilis, ni SIDA ni nada de esos horribles padecimientos que atormentaron<br />

a los excelsos estudiosos del pentagrama, quienes dejaron<br />

una gran herencia musical<br />

No padecí de sarampión, ni tosferina, ni paperas, ni dengue; jamás<br />

me resfrié y nunca padecí de enfermedad alguna. La existencia de tales<br />

dolencias <strong>la</strong>s conocí por medio de <strong>la</strong>s enciclopedias. En éstas se referían<br />

a tales achaques, como los males que habían arrasado, en los siglos<br />

anteriores, a gran parte de los habitantes del p<strong>la</strong>neta.<br />

Mi educación fue casi perfecta, dispuse de <strong>la</strong>s mejores computadoras,<br />

<strong>la</strong>s cuales supieron guiarme sabiamente en todo lo referente a <strong>la</strong><br />

disciplina musical. Conocí verdaderos maestros cibernéticos; puedo<br />

afirmar que jamás se recalentaban, de un archivo y de una memoria

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