Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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—Todo está correcto —selló los documentos y expresó, saboreando<br />
el sancocho—: Pasen a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cinco.<br />
Le di su p<strong>la</strong>to de almuerzo, no sin antes, tomarme una cucharada y<br />
otra <strong>para</strong> María Alejandra.<br />
¡Aleluya! Gritamos al unísono María Alejandra y yo. Sabía que <strong>la</strong>s<br />
cartas del tarot estaban de mi parte. Llegamos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cinco y nos<br />
percatamos que en el<strong>la</strong> se encontraba una funcionaria leyendo una<br />
revista de farándu<strong>la</strong>. Antes de que le pidiéramos alguna información,<br />
escuchamos:<br />
—Mira, mamita, ¿tú no viste <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> de <strong>la</strong>s nueve?, porque me<br />
quedé dormida y me perdí del último capítulo —María Alejandra, que<br />
sabía que <strong>la</strong> pregunta era con el<strong>la</strong> negó con <strong>la</strong> cabeza— Ay, mamita, tú<br />
no estás en nada. ¿Cuál nove<strong>la</strong> estás viendo a <strong>la</strong>s diez?<br />
Como no hubo respuesta de parte de mi acompañante se limitó a<br />
mirar y a leer <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s y nosotros no perdíamos detalle de sus gestos;<br />
en estos estaba <strong>la</strong> decisión de <strong>la</strong> aprobación o no de nuestras solicitudes.<br />
“Todo está correcto”. Nos alegramos, me vino <strong>la</strong> alegría, el p<strong>la</strong>cer, <strong>la</strong> esperanza<br />
y <strong>la</strong> fe en el catastro.<br />
—Pero… —al escuchar estas cuatro fatídicas letras, se me vino <strong>la</strong><br />
sangre a <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>ntas de los pies. El líquido purpurado que estaba distribuido<br />
equitativamente en el resto del cuerpo, pasó a <strong>la</strong> parte inferior<br />
por arte de birlibirloque; una palidez patibu<strong>la</strong>ria inundó mi rostro—<br />
Hace falta una fotocopia del documento de identidad.<br />
La sangre subió nuevamente, como en un ascensor, hacia mi cabeza<br />
y mis carrillos tomaron el color normal. Ante tal pedimento y como<br />
conocedor de estas situaciones con anterioridad, le habíamos sacado<br />
fotocopia a <strong>la</strong>s cédu<strong>la</strong>s. Como jugador de dominó, cuando coloca <strong>la</strong><br />
última ficha ganadora, se los puse sobre el mostrador. Revisó, les colocó<br />
una grapa a cada uno y cuando ya nos disponíamos a celebrar con una<br />
sonrisa de triunfo, escuchamos del otro <strong>la</strong>do del mostrador:<br />
—Falta <strong>la</strong> carta de defunción de su tía y <strong>la</strong> de <strong>la</strong> madre de <strong>la</strong> señorita.<br />
Qué va, esto no era verdad, tales documentos no nos lo podían solicitar.<br />
Le informé a <strong>la</strong> funcionaria farandulera que una estaba en Fi<strong>la</strong>delfia<br />
y <strong>la</strong> otra en Basilea.<br />
—No importa señor, ustedes se van en el autobús que sale a <strong>la</strong><br />
cinco de <strong>la</strong> mañana y regresan como a <strong>la</strong>s dos de <strong>la</strong> tarde; <strong>para</strong> esa hora<br />
estamos trabajando. Si ustedes quieren yo los esperaré.<br />
JORSJ<br />
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