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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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—Por favor, antes de pasar a <strong>la</strong> próxima taquil<strong>la</strong> termine con <strong>la</strong>s<br />

uñas de <strong>la</strong> mano derecha —María Alejandra, culminó su <strong>la</strong>bor con su<br />

cara rebosante de alegría y nos dirigimos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> seis.<br />

La funcionaria de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> seis nos estaba esperando con los respectivos<br />

sellos. Revisó someramente los documentos y los marcó con<br />

tanta rabia mientras musitaba en voz baja:<br />

—Ojalá que no lo vea con esa mujer; soy capaz de cortarle <strong>la</strong> cabeza<br />

—y mientras susurraba <strong>la</strong> última pa<strong>la</strong>bra asestó un soberano golpe con<br />

el sello; <strong>la</strong> sensación de ira de <strong>la</strong> funcionaria lo recibió <strong>la</strong> foto de mi<br />

cabeza de <strong>la</strong> fotocopia de mi documento de identidad. Sentí que descargaba<br />

<strong>la</strong> iracundia, propinando un golpe en <strong>la</strong> figura de mi testa.<br />

Cuando <strong>la</strong> cornuda murmuró con rabia—: Tomen estos recibos <strong>para</strong><br />

que rec<strong>la</strong>men el documento final dentro de un mes.<br />

Salí de mi mutismo y pegué un grito de alegría, simi<strong>la</strong>r al de<br />

Arquímedes: ¡Eureka! Nos abrazamos y nos besamos, como si celebráramos<br />

un año nuevo. No quise informarle a María Alejandra que el<br />

arcano mañanero fue “el ciclo”, éste me auguraba sorpresas, entusiasmo,<br />

juicios legales favorables. No podía ser de otra manera, estaba al <strong>la</strong>do de<br />

mi gran amor.<br />

Cuando abandonamos <strong>la</strong> oficina de catastro, invité a María Alejandra<br />

a celebrar nuestro triunfo y le comuniqué <strong>la</strong> sorpresa que le tenía<br />

guardada <strong>para</strong> esta ocasión.<br />

Una vez sentados, después de probar el primer sorbo de jugo, le<br />

pedí unir nuestras vidas mediante el connubio. Le entregué un bello<br />

anillo de compromiso. Su respuesta afirmativa no se hizo esperar; no<br />

podía ser de otro modo. El infortunio, los avatares, <strong>la</strong>s desdichas nos<br />

habían acercado y por lo tanto, teníamos que premiar nuestro amor con<br />

el <strong>la</strong>zo del matrimonio. Así lo hicimos.<br />

Celebramos <strong>la</strong> boda con <strong>la</strong>s personas más allegadas. Antes de ir a <strong>la</strong><br />

luna de miel, tomé mi consabida carta. “La emperatriz” en posición<br />

derecha, el<strong>la</strong> me auguraba riqueza material, matrimonio y fecundidad.<br />

Guardé <strong>la</strong> carta y nos fuimos a llenarnos de más amor.<br />

Cumplido el mes necesario <strong>para</strong> <strong>la</strong> entrega del documento, nos<br />

dirigimos a <strong>la</strong> oficina de catastro, no sin antes destapar mi carta: “La<br />

carroza” invertida, el<strong>la</strong> indicaba desorden en los aspectos de mi vida,<br />

ma<strong>la</strong>s noticias, ma<strong>la</strong> salud. Guardé <strong>la</strong> carta y de inmediato murmuré:<br />

—Ma<strong>la</strong> carta.<br />

JOSMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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