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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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supuse que era por simple averiguación. Cuál no sería mi sorpresa cuando<br />

fui tras<strong>la</strong>dado preso <strong>para</strong> uno de los retenes de <strong>la</strong> capital. Anótelo ahí,<br />

licenciado.<br />

A partir de esta parte de <strong>la</strong> grabación <strong>la</strong> voz del reservista no tenía <strong>la</strong><br />

fortaleza con <strong>la</strong> cual habíamos iniciado <strong>la</strong> conversación.<br />

—Luego me informaron que el difunto era hijo de un matrimonio<br />

prominente y que no era un atracador sino un “menor transgresor de <strong>la</strong><br />

ley”, escríbalo ahí, licenciado, entre comil<strong>la</strong>s. Que no debí haber dis<strong>para</strong>do,<br />

que yo no era policía, que mi trabajo era cuidar y vigi<strong>la</strong>r el centro<br />

comercial y no meterme en asuntos que eran estrictamente policiales.<br />

Por lo tanto, tuve que buscar un abogado porque mi situación era de<br />

cuidado. Total que yo Nemecio González alias “Ojo de Águi<strong>la</strong>”, a<br />

quien el gobierno había premiado por matar a más de treinta personas<br />

que no conocía, iban a condenarme por liquidar a un menor transgresor<br />

de <strong>la</strong> ley ¿acaso usted lo entiende, licenciado? Me llevaron al retén,<br />

como se lo dije antes, enterrándome en un ca<strong>la</strong>bazo lleno de “transgresores<br />

de <strong>la</strong> ley”; el nuevo nombre que le dan en <strong>la</strong> capital a los ma<strong>la</strong>ndros.<br />

Al entrar al cuartucho parecía que lo hubiese hecho Jennifer<br />

López. Los malparidos comenzaron a mirarme de arriba abajo y comentaban<br />

en voz alta: “Acaba de llegar un tiernito, vamos a estrenarlo y<br />

parece virguito”. Adiviné de inmediato <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>s intenciones y anhelé<br />

mi fusil <strong>para</strong> meterle una ba<strong>la</strong> entre <strong>la</strong>s cejas a cada uno. Me agarraron<br />

entre todos; robándome los zapatos, <strong>la</strong> frane<strong>la</strong>, mientras un chuzo<br />

amenazaba mi vida. Intentaron bajarme los pantalones y comencé a<br />

gritar porque sabía que mi hombría y mi virginidad estaban en peligro.<br />

Pero <strong>la</strong> gloria de Dios es grande y sus caminos son inescrutables. En<br />

medio de <strong>la</strong> alharaca apreció un policía; este gritó: “Ojo de Águi<strong>la</strong>” ¿qué<br />

haces aquí? Era el Chino Fuentes, quien trabajaba en el retén y ese día,<br />

<strong>para</strong> felicidad mía, estaba de guardia en <strong>la</strong> prisión. La vida y mis bártulos<br />

volvieron a mi cuerpo; <strong>la</strong> crueldad de mi antiguo compañero del<br />

ejército aseguraba que mi doncellez no estaba perdida. El chino<br />

Fuentes logró cambiarme de celda; una segura y más humana. Es esta<br />

misma en <strong>la</strong> que estamos conversando, licenciado. Anótelo e informe<br />

cómo tratan en este país a los héroes de <strong>la</strong> patria, aquellos hombres que<br />

pelearon por <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong> libertad.<br />

A partir de este momento en <strong>la</strong> grabación <strong>la</strong> voz de Nemecio era<br />

más pausada; en algunos momentos se le quebraba <strong>la</strong> voz mostrando un<br />

gran resentimiento contra toda <strong>la</strong> humanidad.<br />

JVQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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