Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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JVNJ<br />
Los héroes de mi patria<br />
nos hab<strong>la</strong>ba del peligro del comunismo y del riesgo de una invasión<br />
extranjera que pisotearía <strong>la</strong> soberanía del país. Por todas estas razones<br />
nos escogieron <strong>para</strong> remitirnos a los campamentos antiguerrilleros. Debíamos<br />
combatir a los desalmados que ponían en peligro <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong><br />
democracia y <strong>la</strong> libertad de mi tierra natal.<br />
«Escríbalo ahí, licenciado, porque es <strong>la</strong> purita verdad —Nemesio<br />
hizo una prolongada pausa y continuó:<br />
«Me enviaron con un contingente a una montaña donde lo único<br />
que se veía era monte, culebra y mosquitos. La espesura de <strong>la</strong> selva<br />
impedía ver el sol. Durante <strong>la</strong> temporada de lluvia permanecíamos<br />
empapados durante mucho tiempo, siempre en <strong>la</strong> búsqueda de los enemigos<br />
de <strong>la</strong> patria. En los momentos de descanso me dedicaba a practicar<br />
el tiro al b<strong>la</strong>nco, ya no contra los pájaros, sino con maniquíes que<br />
simu<strong>la</strong>ban guerrilleros. A estos últimos los l<strong>la</strong>mábamos “objetivos”, <strong>para</strong><br />
mí no eran hombres. Cuando salíamos a cazar guerrilleros el capitán decía<br />
que ello era “una operación especial”. Si por ma<strong>la</strong> suerte matábamos,<br />
por confusión, algún civil que se atravesara en el campo de batal<strong>la</strong>, este<br />
difunto no era más que un “daño co<strong>la</strong>teral” que se produce en <strong>la</strong>s guerras<br />
tan necesarias. Es decir, estaba entrenado <strong>para</strong> eliminar o neutralizar a<br />
un “objetivo”. Por ello nunca me quedó ningún remordimiento por los<br />
“objetivos” destruidos.<br />
Después de una <strong>la</strong>rga pausa continuó.<br />
—Mi entrenamiento progresaba de maravil<strong>la</strong>, podía acertar con un<br />
fusil a veinte metros, colocando <strong>la</strong> ba<strong>la</strong> entre <strong>la</strong>s dos cejas o en el corazón<br />
del “objetivo” —en este momento volvió a engo<strong>la</strong>r su voz mientras<br />
comentaba:<br />
«“Ojo de Águi<strong>la</strong>”, como solían l<strong>la</strong>marme, “te espera un gran futuro<br />
en el ejército” —recordando <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras con <strong>la</strong>s que lo animaba el sargento—.<br />
C<strong>la</strong>ro, licenciado, esto inf<strong>la</strong>ba mi orgullo y despertaba <strong>la</strong><br />
envidia de mis camaradas. Así me convertí en el mejor cazador de<br />
almas. Una vez que entrábamos en combate contra el enemigo no desperdiciaba<br />
ni una so<strong>la</strong> ba<strong>la</strong>. Por cada apretada del gatillo en <strong>la</strong> contienda<br />
había un “objetivo aniqui<strong>la</strong>do”. Todos conocían mis difuntos:<br />
tenían un proyectil entre <strong>la</strong>s cejas o un disparo certero y mortal en el<br />
corazón. Era lo que yo l<strong>la</strong>maba “muerto con elegancia” y no como lo<br />
hacía el “Chino Fuentes”. Este soldado agarraba heridos a los enemigos<br />
y los mantenía presos, sin ningún tipo de auxilio. Después de someterlos