Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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JRVJ<br />
Siete cruces en Agua de Vaca<br />
Crispinita contó todos los pormenores y <strong>la</strong>s cifras con <strong>la</strong>s que diferentes<br />
personas del pueblo especu<strong>la</strong>ron sobre el contenido del bolso:<br />
unos hab<strong>la</strong>ban de miles, otros de millones y otros de billones. Total<br />
nunca se supo <strong>la</strong> cantidad de dinero que Abelcaín había logrado acumu<strong>la</strong>r<br />
en su bolsa raída y sucia.<br />
En Agua de Vaca, como en todos los pueblos, un velorio es un acto<br />
social donde se reúnen los más conspicuos personajes. Me dijo Crispinita,<br />
que en <strong>la</strong> iglesia, donde se hizo una misa de cuerpo presente,<br />
estaban, entre otros, el padre Anselmo, Garibaldi, dueño del supermermercado,<br />
los hermanos Vil<strong>la</strong>rroel jugadores de gallos, hasta el viejo<br />
Ildefonso, quien descubrió el cadáver. Evidentemente que no faltó <strong>la</strong><br />
directora del rosario, quien narró como una sentencia, tal como lo dijo<br />
en el velorio antes de iniciar el rezo, el motivo de su muerte: “A Abelcaín<br />
lo mató <strong>la</strong> avaricia”.<br />
Capítulo 2: La siestecita<br />
Cuando llegaban los barcos de <strong>la</strong>s faenas de pesca, no sólo Abelcaín<br />
frecuentaba <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya, había un personaje que siempre estaba presente en<br />
espera del arribo de <strong>la</strong>s naves de los pescadores. Su nombre era Fidelito<br />
Maneiro, alias “Caguepato”, cuyo apodo tenía que ver con <strong>la</strong> gran actividad<br />
y el trabajo que realizaba el buen hombre. “Caguepato” no hacía<br />
absolutamente nada, ni siquiera le gustaba mendigar, porque todo le<br />
daba flojera, de allí el apodo que le encasquetó Crispinita desde que<br />
Fidelito estaba en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>. El<strong>la</strong> decía que era más flojo que excremento<br />
de pato. No había quien lo sacara de su <strong>la</strong>situd.<br />
“Caguepato” frecuentaba <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> de p<strong>la</strong>ya <strong>para</strong> compartir con los<br />
pescadores el desayuno, el almuerzo y <strong>la</strong> cena, porque afirmaba que le<br />
daba flojera caminar hasta su casa <strong>para</strong> satisfacer tal necesidad. Los pescadores<br />
le daban <strong>la</strong>s sobras y él se conformaba con eso, después se sentaba<br />
un rato <strong>para</strong> mirar el mar y luego se acostaba a dormir en alguno de<br />
los botes que estaban desocupados.<br />
Recuerdo, Fidelito, desde que yo era muy pequeño: lo botaron de<br />
<strong>la</strong> escue<strong>la</strong> por flojo, a pesar de los ruegos de <strong>la</strong> madre y del padre. Era<br />
tanto el desaliento del muchacho que, cuando se le caía un cuaderno<br />
permanecía de pie, esperando que algún compañero lo recogiera. La<br />
madre optó por entregárselo al padre Anselmo <strong>para</strong> quitarle el “mal de<br />
ojo”. El buen sacerdote lo colocó como monaguillo, oficio en el cual<br />
duró poco. En cierta ocasión se quedó dormido sobre el altar mayor