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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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Pudo detectar el revoloteo de los murcié<strong>la</strong>gos, pero no les tuvo<br />

miedo, más bien se sintió reconfortada, pues ellos no le hacían sentir <strong>la</strong><br />

soledad. Su estado de ánimo cambió cuando oyó nuevamente el ruido<br />

de <strong>la</strong> máquina de escribir y el movimiento de <strong>la</strong>s gavetas del estropeado<br />

archivo.<br />

Los ojos y <strong>la</strong> cara de terror de <strong>la</strong> joven directora era imposible describirlos<br />

puesto que <strong>la</strong> noche había entrado por <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>.<br />

La oscuridad era tal que ni el<strong>la</strong> misma sabía dónde se encontraba. Una<br />

cosa sí era cierta, <strong>la</strong> maestra estaba aterrorizada.<br />

A <strong>la</strong> mañana siguiente, muy temprano, llegó Julián, <strong>para</strong> hacerle<br />

café a <strong>la</strong> directora y se percató que <strong>la</strong>s puertas y ventanas de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong><br />

estaban de par en par. Un estremecimiento le heló los huesos. Era el<br />

escalofrío de <strong>la</strong> muerte. En ese momento supo que se encontraba solo,<br />

que <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> estaba nuevamente abandonada. Buscó infructuosamente<br />

y pensó que <strong>la</strong> maestra se había ido. Se dirigió al cuarto y se dio<br />

cuenta que <strong>la</strong> puerta estaba abierta. Encontró <strong>la</strong> maleta y otros enseres<br />

de <strong>la</strong> joven directora.<br />

Salió corriendo moviendo sus pesados años, pero de inmediato se<br />

paró, como si algo o alguien le dijera hacia dónde debería conducir sus<br />

pasos cansinos. Se dirigió, con marcha apresurada e imprecisa, hacia el<br />

río que atravesaba el pueblo. Cuando llegó a <strong>la</strong> ribera, esperó un rato.<br />

Julián contemp<strong>la</strong>ba el río como en espera de algún mensaje, aparte<br />

de los <strong>la</strong>mentos y los quejidos de los hombres de su etnia que siempre<br />

arrastraba <strong>la</strong> corriente. Mientras observaba con detenimiento, <strong>la</strong>s aguas<br />

de <strong>la</strong> corriente trajo un nuevo pesar. Notó que sobre el agua flotaba un<br />

trapo b<strong>la</strong>nco. Penetró a grandes zancadas dentro de su viejo amigo el<br />

río. Tomó <strong>la</strong> prenda entre sus manos y se percató de que era una dormilona<br />

b<strong>la</strong>nca.<br />

El viejo Julián agarró <strong>la</strong> prenda y se <strong>la</strong> colocó en el pecho, del <strong>la</strong>do<br />

del corazón. Se le salieron <strong>la</strong>s lágrimas y tiró nuevamente al río <strong>la</strong> invalorable<br />

pieza. Se secó <strong>la</strong>s manos en <strong>la</strong> parte trasera del pantalón, miró al<br />

cielo y exc<strong>la</strong>mó:<br />

—Maestra Zunilde, yo le advertí que se fuera en el autobús de <strong>la</strong>s<br />

siete, porque peores eran los otros.<br />

Las lágrimas siguieron fluyendo y resba<strong>la</strong>ndo por los cachetes<br />

oscuros del viejo Julián, quien miraba cómo se alejaba <strong>la</strong> dormilona<br />

b<strong>la</strong>nca llevada por <strong>la</strong>s aguas turbulentas de su amigo.<br />

JNOUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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