Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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JOMTJ<br />
Candilejas en El Paralelo<br />
clientes fijos que <strong>la</strong> buscaban únicamente <strong>para</strong> bai<strong>la</strong>r, por ser el<strong>la</strong> una<br />
formidable pareja de baile. La madama experimentaba mucha alegría<br />
al observar el local lleno; se sentía comp<strong>la</strong>cida cuando miraba sobre<br />
cada una de <strong>la</strong>s mesas una botel<strong>la</strong> de aguardiente a medio consumir.<br />
«Nunca faltaron <strong>la</strong>s sabias orientaciones de <strong>la</strong> dueña del lupanar al<br />
personal: “Recuerden, esta es su fuente de vida, no mezclen el amor, el<br />
p<strong>la</strong>cer y el trabajo, dicha liga constituye un cóctel explosivo”. Cuando<br />
notaba que una de <strong>la</strong>s niñas se enamoraba de uno de los clientes, le<br />
pedía a <strong>la</strong> empleada que se alejara del negocio durante un tiempo, hasta<br />
que <strong>la</strong> lejanía matara <strong>la</strong> ilusión. Quizás, por el cumplimiento de esta<br />
reg<strong>la</strong> se mantuvo vivo el negocio durante muchas décadas. Pero esos<br />
consejos me marcaron de por vida y fueron los responsables de mi desgracia.<br />
«Como se sabe, este trabajo no es como el de los bienes inmuebles,<br />
que a medida que pasan los años adquieren más valor. Las meretrices<br />
en <strong>la</strong> medida que se iban poniendo viejas tenían que ser cambiadas por<br />
otras más jóvenes, por esto, cada cierto tiempo había rotación de personal.<br />
Es el vil negocio de <strong>la</strong> carne.<br />
«Por <strong>la</strong> bondad de <strong>la</strong> dueña, permanecimos en El Paralelo mi<br />
madre, Isadora, Rubí, y yo. Mi madre, porque <strong>la</strong> dueña le tomó aprecio<br />
y <strong>la</strong> fue pre<strong>para</strong>ndo en el manejo del lupanar; <strong>la</strong> bai<strong>la</strong>rina, porque le<br />
daba un sabor especial al negocio; Rubí <strong>para</strong> que se encargara del mantenimiento<br />
y el orden del local y yo, quien por ser hijo de mi madre,<br />
ocupé el puesto del nieto que <strong>la</strong> madama nunca tuvo. Por eso, siempre<br />
estuve arropado por su afecto y consideración. Además, de haberme<br />
convertido en una gran ayuda de mi progenitora.<br />
«Mis re<strong>la</strong>ciones con Isadora durante mucho tiempo fueron normales,<br />
notaba que tenía atenciones muy especiales hacia mí, pero no lo<br />
consideraba nada excepcional por tratarse de mi hermano, por tal razón<br />
nunca me molestaron. Solía <strong>contar</strong>me con detalles, con <strong>la</strong>s discreciones<br />
normales de estos casos, <strong>la</strong> amistad y los nexos con los clientes, de los<br />
amores escondidos con alguno de ellos, que aunque casados y con hijos,<br />
encontraban en él algo diferente a <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones que tenían con sus<br />
esposas. Yo no lo juzgaba, ni criticaba su comportamiento, sólo le<br />
recordaba <strong>la</strong> reg<strong>la</strong> de <strong>la</strong> madama: “No mezcles el amor, el p<strong>la</strong>cer y el trabajo,<br />
es un cóctel explosivo”.<br />
«Los estragos del tiempo son como los designios de Dios, ineluctables.<br />
La dueña del negocio, como todos los que habitamos debajo de