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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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Todo marchaba a <strong>la</strong> perfección, bueno casi a <strong>la</strong> perfección, en <strong>la</strong>s<br />

tierras de los súbditos de su majestad. Hasta que un esc<strong>la</strong>vo, primero en<br />

Yaracuy, el negro Miguel se dec<strong>la</strong>ró nuevo rey de estas tierras. Luego,<br />

por allá en Coro, un zambo libre, José Leonardo, hijo de una india libre<br />

y un negro esc<strong>la</strong>vo, reunió a varios como él y se convirtieron en cimarrones.<br />

Quisieron se<strong>para</strong>rse de <strong>la</strong> monarquía peninsu<strong>la</strong>r, <strong>para</strong> proc<strong>la</strong>mar<br />

una nueva cosa l<strong>la</strong>mada “república”. Tengo <strong>la</strong> impresión que a los iberos<br />

no les gustó <strong>la</strong> idea. Para evitar una futura coronación u otra forma de<br />

gobierno, por orden de <strong>la</strong> Real Audiencia, se optó por <strong>la</strong> forma más sencil<strong>la</strong><br />

de impedir cualquier propósito de emancipación en el futuro: le<br />

cortaron <strong>la</strong> cabeza a todos los sublevados. Sus pensadoras fueron expuestas<br />

en el camino, cual trofeo de caza. De esa manera se impedía <strong>la</strong><br />

existencia de un nuevo rey; no habría cabeza a quien coronar.<br />

¿Qué más se puede decir de aquel<strong>la</strong> época de los colonizadores?<br />

Ahora recuerdo; por aquello de una deuda externa, igual que <strong>la</strong> de<br />

ahora, que a los españoles por no poder pagar<strong>la</strong>, se les ocurrió una idea<br />

genial como si estas tierras fueran de su propiedad: nuestro insigne<br />

ibero Carlos V, autorizó a una familia de banqueros germanos, los l<strong>la</strong>mados<br />

Welser, <strong>para</strong> que pob<strong>la</strong>ran <strong>la</strong> naciente provincia. De esta manera,<br />

los teutones se cobrarían y se darían los vueltos con todas <strong>la</strong>s<br />

riquezas extraídas del naciente país. Fue el primer período germánico<br />

que viví.<br />

Pare <strong>la</strong> lectura y póngase a pensar, nosotros los indios, acostumbrados<br />

a comer yuca, plátano, casabe, carne asada, chigüire y pescado<br />

asado; comida con bajo nivel de colesterol, pasamos a degustar chistorras,<br />

chorizos, cocidos gallegos, pael<strong>la</strong>, pan de trigo, hasta aprendimos<br />

a dormir una cosa que los peninsu<strong>la</strong>res l<strong>la</strong>maban “siesta”. A parir de esa<br />

época se comenzaron a ver algunos indios exhibiendo una prominente<br />

barriga. Después, con <strong>la</strong> llegada de los teutones empecé a comer salchichas<br />

y repollo. —Vean si no tengo razón—. Estaba c<strong>la</strong>ro, con <strong>la</strong> disciplina<br />

traída por los germanos era imposible pensar en una “siestesita”.<br />

Todo era puro trabajo.<br />

Pero <strong>la</strong> cosa no terminó allí. Empezaron a escucharse voces libertarias<br />

con <strong>la</strong> intención de independizarse de <strong>la</strong> Corona Españo<strong>la</strong>. Aparece<br />

en cierta época nuestro primer hombre internacional —según los estudiosos<br />

de <strong>la</strong> globalización—. En verdad, se veía un poco afrancesado,<br />

algo morigerado, quien nuevamente tuvo <strong>la</strong> osadía de hab<strong>la</strong>r de independencia.<br />

Aparece en este período, según mi archivo memorístico,<br />

JNNOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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