Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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culpa <strong>la</strong> tenía el maldito semita. Cuando Onésimo le preguntaba a alguna<br />
persona <strong>la</strong> razón de tal comportamiento, ésta respondía:<br />
—Desde hace mucho tiempo los judíos tienen <strong>la</strong> culpa de todo.<br />
Cierta vez le preguntó a Benjamín, el dueño de <strong>la</strong> tienda, su opinión<br />
sobre tales delitos; el buen judío meditó y respondió:<br />
—El hombre tiene sus propios demonios dentro de sí, pero siempre<br />
le echará <strong>la</strong> culpa de sus males a los demás.<br />
Onésimo no le prestaba atención a lo que decía el sargento, se<br />
puso a cavi<strong>la</strong>r y a recordar cosas. Le vino a su memoria un libro que<br />
había leído sobre <strong>la</strong>s guerras religiosas en <strong>la</strong> que los musulmanes y cristianos<br />
se mataron entre sí, igualmente ocurrió entre católicos y protestantes<br />
y musitó:<br />
—Esto de <strong>la</strong> nacionalidad es como <strong>la</strong>s religiones, lo único importante<br />
es odiarse entre sí, sin tener explicación de tal comportamiento.<br />
Los judíos y los cristianos se odian, igualmente los musulmanes y los<br />
judíos. Pareciera que nunca se acabará <strong>la</strong> inquina entre ellos. Creo que<br />
los hombres inventaron <strong>la</strong>s religiones y <strong>la</strong>s nacionalidades <strong>para</strong> enfrentar<br />
a los seres humanos como enemigos, <strong>para</strong>, de esta forma, exacerbar<br />
odios sin motivo y de alguna manera sacar dividendos de esta actitud.<br />
Las dudas de Crisóstomo y Onésimo aumentaban a <strong>la</strong> par que<br />
crecía el olor a pólvora entre los dos pueblos. Los habitantes de ambos<br />
pob<strong>la</strong>dos corrían de un <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> raya al otro <strong>para</strong> visitar a sus familias,<br />
quienes vivían indistintamente allá y acá. En <strong>la</strong>s tiendas comenzó agotarse<br />
<strong>la</strong>s te<strong>la</strong>s negras y b<strong>la</strong>ncas. No era necesario ser adivino <strong>para</strong> augurar<br />
el luto que se aproximaba dentro de poco tiempo.<br />
Los mercaderes de <strong>la</strong> guerra vendían sus armas, los políticos y <strong>la</strong>s<br />
otras personas cobraban sus comisiones, los comandantes daban dec<strong>la</strong>raciones<br />
en <strong>la</strong> prensa que acentuaba el odio hacia los vecinos. Benjamín,<br />
como todos los comerciantes, aumentó los precios de su mercancía y el<br />
tío Ambrosio trajo un periódico donde se leía “El presidente y el congreso<br />
firmaron <strong>la</strong> dec<strong>la</strong>ración formal de <strong>la</strong> guerra, de acuerdo con lo pautado<br />
por los organismos internacionales, con <strong>la</strong> finalidad de darle viso de legalidad.<br />
Los comandos militares de ambos países se comprometieron al uso<br />
de armas convencionales”. Cuando el tío Ambrosio leyó esta última frase<br />
se dibujó una sonrisa sarcástica en su rostro y pensó en voz alta:<br />
—Algo así, como <strong>para</strong> que los muertos no protesten. Los decesos<br />
de los jóvenes se producirán en apego a <strong>la</strong>s leyes internacionales sobre el<br />
derecho de guerra.<br />
JNSUJ<br />
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