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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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podía permitir el viaje del buen cura hacia el cielo, sin una misa de<br />

difuntos de cuerpo presente—, se dispuso a cumplir el acto religioso.<br />

Colocaron en el a<strong>la</strong> central de <strong>la</strong> iglesia el féretro que contenía los<br />

restos mortales del padre Anselmo, destaparon <strong>la</strong> parte superior de <strong>la</strong><br />

urna <strong>para</strong> que cada uno de los residentes de Agua de Vaca diera el último<br />

adiós a su guía espiritual y religiosa. El catafalco, estaba bel<strong>la</strong>mente<br />

adornado con ramos de flores y hermosos encajes b<strong>la</strong>ncos. Una vez finalizado<br />

este acto, dijo Crispinita: “Se inició <strong>la</strong> misa de difunto”.<br />

Refirió <strong>la</strong> rezandera, que los vecinos de Agua de Vaca no salieron<br />

del asombro, no se imaginaban que el<strong>la</strong> sabía <strong>la</strong>tín. En verdad,<br />

Crispinita era lega en <strong>la</strong> lengua muerta pero, de tanto escuchar misa,<br />

conocía de oído y de memoria toda <strong>la</strong> monserga utilizada por los sacerdotes.<br />

Como había aprendido al dedillo <strong>la</strong> liturgia del acto sagrado, le<br />

indicaba al monaguillo lo que tenía que hacer. Era simi<strong>la</strong>r a cuando los<br />

cantantes interpretan una canción en idioma diferente al de ellos, pero<br />

desconocen el significado de <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras proferidas por su boca.<br />

Crispinita contó, que todo había salido a <strong>la</strong> perfección, se había<br />

comportado como una veterana sacerdotisa. Pero una misa sin sermón<br />

es como una comida sin postre, por lo que improvisó el discurso.<br />

Mi vieja amiga no repitió el sermón completamente, hizo una breve<br />

síntesis de <strong>la</strong> arenga. Manifestó que había retomado parte de <strong>la</strong> disertación<br />

del padre Anselmo, <strong>para</strong> prevenir a <strong>la</strong> feligresía de los pecados de <strong>la</strong><br />

carne. Parecía que sobre Agua de Vaca habían caído <strong>la</strong>s siete p<strong>la</strong>gas de<br />

Egipto, representadas en los siete pecados capitales a los que habían<br />

caído algunos agüevaqueros, hoy difuntos. Les informó a los oyentes de<br />

<strong>la</strong> misa, <strong>la</strong>s preocupaciones que <strong>la</strong> acosaban. Tenía <strong>la</strong> certeza de que por<br />

Agua de Vaca habían paseado los sietes jinetes del Apocalipsis <strong>para</strong><br />

acabar con el pueblo. Culminó el re<strong>la</strong>to, con el fin del sermón y sin<br />

temor alguno, con una sentencia <strong>la</strong>pidaria expresó: “Porque también al<br />

padre Anselmo lo mató <strong>la</strong> gu<strong>la</strong>”.<br />

Qué se podía decir de un pueblo donde su guía espiritual, en acto<br />

f<strong>la</strong>grante, había vio<strong>la</strong>do <strong>la</strong>s leyes divinas. Me contó Crispinita, que <strong>la</strong><br />

feligresía después del discurso abandonó cabizbajo <strong>la</strong> iglesia en profundo<br />

estado de constricción, cargando sobre <strong>la</strong> espalda los pecados<br />

cometidos por los sietes difuntos cuyas cruces evidenciaban los sietes<br />

pecados capitales de Agua de Vaca.<br />

Antes de regresar a <strong>la</strong> capital visité a Crispinita <strong>para</strong> despedirme. La<br />

encontré vestida de sacerdotisa. Estaba pre<strong>para</strong>da <strong>para</strong> oficiar <strong>la</strong> misa<br />

JTMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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