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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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Ante tal muestra de amabilidad ¿qué podíamos hacer? ¿Qué le<br />

podríamos rec<strong>la</strong>mar a este ángel farandulero? Le sugerí que me devolviera<br />

<strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s.<br />

—Cuando tenga todos los documentos se los traeremos.<br />

Agarré los papeles, tomé de <strong>la</strong> mano a María Alejandra y abandonamos<br />

<strong>la</strong> oficina de catastro.<br />

Nos fuimos en silencio, hasta que entramos a una cafetería a pedir<br />

cualquier cosa <strong>para</strong> pasar el rato amargo. Nos dolía el hecho de tener que<br />

alejarnos por mucho tiempo <strong>para</strong> conseguir <strong>la</strong>s cartas de defunción de<br />

nuestros seres queridos, puesto que por analogía con lo que nos estaba<br />

ocurriendo en nuestro país, eso mismo ocurriría en Fi<strong>la</strong>delfia y en<br />

Basilea.<br />

Pre<strong>para</strong>mos los viajes, nos despedimos en el aeropuerto sin tener <strong>la</strong><br />

certeza de nuestro futuro regreso.<br />

Arribé el día miércoles a <strong>la</strong>s diez de <strong>la</strong> mañana, de inmediato acudí<br />

a <strong>la</strong> oficina que se ocupa de tales servicios. Le suministré los datos a <strong>la</strong><br />

funcionaria encargada. Me pidió pasaporte.<br />

—Por favor siéntese y espere un minuto.<br />

Vació los datos en una computadora pisó una tec<strong>la</strong>, mientras escuchaba<br />

a <strong>la</strong> impresora copiar un documento.<br />

—Tome señor, gusto en servirle y que pase unos buenos días.<br />

Miré el documento y quedé estupefacto. No podía creer lo que<br />

había sucedido. Corrí y me dirigí al hotel, mi primer impulso fue l<strong>la</strong>mar<br />

a María Alejandra <strong>para</strong> hacer de su conocimiento <strong>la</strong> buena noticia. Al<br />

establecer comunicación, mi compañera de infortunios era portadora<br />

de una grata novedad. Cuando llegó a su hotel ya tenía el documento<br />

en <strong>la</strong> recepción. Antes de salir, había tomado <strong>la</strong> previsión de l<strong>la</strong>mar al<br />

despacho suizo en encargado de esos asuntos. Ellos le informaron que<br />

no había problema, que lo tendría a su arribo a <strong>la</strong> capital helvética. No<br />

podía ser de otro modo, el día que se marchó <strong>para</strong> Fi<strong>la</strong>delfia salió <strong>la</strong><br />

carta de “los amantes”. Era <strong>la</strong> carta del amor y sólo gracias a ese sentimiento<br />

era posible unirme tan intensamente a María Alejandra. Nos<br />

pusimos de acuerdo <strong>para</strong> estar de regreso el fin de semana.<br />

Nos amamos, nos juramos amor eterno, cual par de enamorados;<br />

daba <strong>la</strong> impresión que habíamos sobrellevado muchos años de ausencia.<br />

Hab<strong>la</strong>mos del viaje, com<strong>para</strong>mos los servicios en los otros países. Lloramos<br />

y nos pusimos a reflexionar <strong>para</strong> así, con nuestras armas, pre<strong>para</strong>rnos<br />

y poder enfrentar a <strong>la</strong> oficina de catastro, no sin antes asegurarnos<br />

JORTJ<br />

Catastro-fe

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