Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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<strong>la</strong> bóveda celeste, comenzó a finalizar su ciclo de vida. Su luz y su alegría<br />
se fueron apagando. Como el<strong>la</strong> no tenía descendientes, ni se le<br />
conocía familia, todo apuntaba a que el negocio pasaría como una<br />
herencia a mi madre, quien desde hacía tiempo actuaba como su asistente.<br />
Pienso, que <strong>la</strong> gran <strong>la</strong>bor que realizó <strong>la</strong> dueña del negocio en este<br />
lugar, contribuyó a que su retiro del mundo terrenal se hiciera de una<br />
manera digna y silenciosa. Una mañana, cuando Isadora fue a llevarle el<br />
desayuno, tal como lo venía haciendo desde hacía mucho tiempo,<br />
encontró a <strong>la</strong> madama dormida en su sueño eterno. Dios, los ángeles o<br />
a quien se ocupe de ello, debió darle cabida en el cielo a su alma bondadosa.<br />
Isadora se desgarró en un grito que salió de <strong>la</strong> profundidad de su<br />
sentimiento:<br />
«—¡La madama ha muerto! —todas <strong>la</strong>s meretrices se despertaron y<br />
acudieron al cuarto de <strong>la</strong> recién fallecida, rodearon su cama. Sólo se<br />
escuchó un único acompasado l<strong>la</strong>nto de los seres queridos, quienes<br />
acompañaron el alma de <strong>la</strong> madama al sitio de su descanso eterno. Se<br />
hizo un entierro digno de una gran dama. Asistieron todas <strong>la</strong>s putas<br />
activas y jubi<strong>la</strong>das, quienes habían recibido los sabios consejos y favores<br />
de <strong>la</strong> hoy finada. Antes de llevar<strong>la</strong> al cementerio, Isadora se enga<strong>la</strong>nó<br />
con su mejor traje de bai<strong>la</strong>rín, se puso sus zapatil<strong>la</strong>s de ballet y bailó a su<br />
nombre La muerte del Cisne. El camino hacia el campo santo se hizo<br />
acompañado con música y aguardiente, rodeada con el mismo ambiente<br />
festivo al que estuvo ligada toda su vida.<br />
«Así viví y se desarrolló <strong>la</strong> primera parte de mi vida en El Paralelo.<br />
«Cuando en <strong>la</strong>s monarquías fallece un rey o una reina, los súbditos<br />
en un principio gritan, con suma tristeza, “¡La reina ha muerto!” y<br />
luego, elegida <strong>la</strong> nueva majestad, se escucha el c<strong>la</strong>mor, <strong>la</strong> euforia de los<br />
vasallos: “¡Viva <strong>la</strong> reina!” Igual ocurrió en el negocio, <strong>la</strong> nueva autoridad<br />
real, es decir, <strong>la</strong> nueva madama, era mi madre, y yo, por consiguiente,<br />
me convertí en el cabrón de todas <strong>la</strong>s meretrices de El Paralelo. La<br />
antigua dueña del negocio testó, en un documento notariado y registrado,<br />
a favor de mi progenitora. Así, mi madre se convirtió en <strong>la</strong> única<br />
propietaria del burdel, con el beneplácito de todas <strong>la</strong>s prostitutas del<br />
local, quienes desde hacía tiempo estaban acostumbradas a que el ser<br />
que me alumbró dirigiera el lupanar. Mi madre dec<strong>la</strong>ró una semana de<br />
duelo en El Paralelo; al domingo siguiente, finalizado el luto, <strong>la</strong> función<br />
debía de continuar, como suele ocurrir en el teatro y en el circo.<br />
JOMUJ<br />
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