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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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menos, que <strong>la</strong>s personas que acompañaban al difunto entonaran canciones<br />

al son de tambores que insinuaban jolgorio y alegría, pero nunca<br />

tristeza y pesar.<br />

—¿Y de qué murió el director de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>? —<strong>la</strong> muchacha de <strong>la</strong><br />

maleta hacía <strong>la</strong> pregunta pero sin dirigir<strong>la</strong> a nadie en particu<strong>la</strong>r, sus ojos<br />

se entretenían viendo el espectáculo nunca visto. La misma trigueña<br />

que estaba a su <strong>la</strong>do contestó:<br />

—Lo encontraron privado a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> del río. La comadrona del<br />

pueblo dice que murió de un susto.<br />

Dos pasos <strong>para</strong> ade<strong>la</strong>nte y uno <strong>para</strong> atrás. Así continuaba <strong>la</strong> procesión<br />

fúnebre entre los cantores; todos iban entre<strong>la</strong>zados, turnándose una<br />

botel<strong>la</strong> de aguardiente. De esta manera entonaban el canto funerario de<br />

<strong>la</strong> etnia; tonada que habían transmitido los ancestros desde sus tierras<br />

africanas. Réquiem de tierras lejanas, importado por hombres sometidos<br />

a <strong>la</strong> ignominiosa esc<strong>la</strong>vitud en nombre de Dios y su majestad el rey.<br />

Con un mohín, casi una sonrisa, <strong>la</strong> muchacha de <strong>la</strong> maleta preguntó:<br />

—¿Y cómo puede una persona morirse de un susto?<br />

La hermosa trigueña que sostenía <strong>la</strong> ve<strong>la</strong> con rictus solemne, volteó<br />

<strong>para</strong> ver quién hacía <strong>la</strong> pregunta; notó que <strong>la</strong> joven de <strong>la</strong> maleta no era<br />

de su color y con cierto desdén le contestó:<br />

—Ay señorita, cómo se ve que uté no es de po’aquí. En este pueblo<br />

pasan cosas que naiden sabe explicá.<br />

Ya cuando pasaron los últimos acompañantes de <strong>la</strong> procesión<br />

funeraria, <strong>la</strong> joven de <strong>la</strong> maleta tomó lo suyo y con <strong>la</strong> blusa nueva pegada<br />

al cuerpo —por el intenso calor tropical—, se dirigió por <strong>la</strong>s calles<br />

empedradas y polvorientas del caserío. Miraba a uno y otro <strong>la</strong>do <strong>la</strong>s<br />

casas de barro con techos de palmera, observando los hombres de color<br />

que estaban sentados enfrente de sus casas, en espera de lo que nunca<br />

sucedería. Notaba, que algunos de ellos se le quedaban mirando con<br />

cierta extrañeza. Durante el trayecto <strong>la</strong> joven recién llegada, también<br />

los atisbaba con disimulo y todavía no entendía su presencia en ese<br />

caserío. Para el<strong>la</strong>, era inevitable com<strong>para</strong>r lo que veía con <strong>la</strong> capital,<br />

donde estaba su casa y todas <strong>la</strong>s comodidades.<br />

Acababa de graduarse de maestra normalista y como no consiguió<br />

trabajo en ninguna parte, el ministerio decidió enviar<strong>la</strong> como directora<br />

a ocupar el cargo del difunto, quien recién había pasado de<strong>la</strong>nte de el<strong>la</strong>.<br />

Sacó el papel donde estaba <strong>la</strong> dirección de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> y le preguntó a uno<br />

de los lugareños, el cual se encontraba fuera de su casa. De inmediato,<br />

JNOOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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