Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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entiendo <strong>la</strong> razón del por qué <strong>la</strong> condición del gentilicio de un hombre y<br />
una mujer lo acredita un documento de identidad”. Mi padre se disgustaba<br />
al escuchar estas pa<strong>la</strong>bras. Éste afirmaba que si se desarraigaban <strong>la</strong>s<br />
familias, se desintegraba el país, ya que ésta es <strong>la</strong> célu<strong>la</strong> fundamental primaria;<br />
ésta mantiene intacta <strong>la</strong> nacionalidad y los valores históricos de<br />
una nación. Una cédu<strong>la</strong> de identidad es el único documento que ava<strong>la</strong> el<br />
lugar de nacimiento de un ciudadano.<br />
Las pocas veces que se reunía <strong>la</strong> familia lo hacíamos frente al televisor<br />
y ello era <strong>para</strong> ver los partidos de béisbol, fútbol y basquetbol.<br />
Como era de esperarse, mi padre tenía equipos favoritos y dicho fanatismo<br />
me fue legado, sin discusión alguna, como herencia familiar.<br />
Mucho tiempo después yo estaba discutiendo, rasgándome <strong>la</strong>s vestiduras<br />
sin tener motivo alguno, por <strong>la</strong>s ventajas de mi equipo de<br />
béisbol, el de fútbol o el de basquetbol, que eran los mismos preferidos<br />
del jefe del hogar. No entendía por qué Empédocles, un amigo de mi<br />
infancia, era aficionado de otros equipos, si era evidente que los míos<br />
eran los mejores. Algo que no entendía, era <strong>la</strong> razón por <strong>la</strong> cual<br />
algunos de los jugadores que jugaban en mi equipos favoritos, el otro<br />
año estaban en el equipo al cual era aficionado mi amigo. Nuestras discusiones<br />
sobre el resultado de un juego duraban <strong>la</strong>rgo tiempo, hasta el<br />
colmo que algunas veces no nos dirigíamos <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. Con frecuencia,<br />
iba al estadio <strong>para</strong> vociferar <strong>la</strong>s consignas <strong>para</strong> darle ánimo a mi equipo<br />
favorito según nos indicaba un anfitrión, quien nos orientaba en lo que<br />
debíamos hacer o gritar.<br />
Como ustedes ven, fui criado bajo un régimen donde se respetaba<br />
<strong>la</strong> libertad individual, el cual se hizo más notorio cuando ingresé al club<br />
donde era socio mi padre. Dicha membresía pasó como herencia del<br />
abuelo a mi familia. Al ingresar al sitio de recreación, lo primero que<br />
hizo el presidente de <strong>la</strong> junta directiva fue leer a los nuevos miembros<br />
los estatutos. En estos, se seña<strong>la</strong>ban <strong>la</strong>s normas y reg<strong>la</strong>mentos que<br />
debían cumplir los usuarios —así nos l<strong>la</strong>maban— <strong>para</strong> el adecuado<br />
funcionamiento y el buen nombre de <strong>la</strong> institución.<br />
Ingresé al bachillerato en el mismo liceo donde había estudiado mi<br />
padre —por eso de mantener <strong>la</strong>s tradiciones familiares—. Lo primero<br />
que hizo fue inscribirme en <strong>la</strong> “liga de estudiantes libres”, ésta forjaría a<br />
sus miembros el amor por <strong>la</strong> patria, <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong> libertad. Esta<br />
agrupación estaba instaurada desde hacía muchos años en el liceo. Dicha<br />
cofradía contribuía, de alguna manera, a internalizar en los adolescentes<br />
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