Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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Reiteró Crispinita, que un día el mendigo decidió quedarse en su<br />
rancho. Permanecía siempre sentado abrazando su bolsa sucia y vieja,<br />
bajo <strong>la</strong> mirada vigi<strong>la</strong>nte de su fiel cancerbero. Todos los vecinos le indicaban<br />
que debía salir a caminar porque “<strong>la</strong>s piernas se le iban a entiesar”,<br />
además, se podía enfermar. Pero está visto que ni los adultos, y<br />
mucho menos un mendigo, razonan por consejo ajeno. El hombre se<br />
mantenía en su rancho aferrado al sórdido vademécum.<br />
Cierto día, cuando el viejo Ildefonso le llevó unas sardinas y una<br />
arepa <strong>para</strong> el desayuno, lo encontró asido a su bolso inmundo, profundamente<br />
dormido. El acompañante de Abelcaín miró al visitante como<br />
con angustia, como si quisiera comunicarle algo. Ildefonso afirmó que el<br />
<strong>perro</strong> tenía lágrimas en sus ojos. Todos en el pueblo dijeron que eso era<br />
embuste porque los animales no lloran, pero él aseguró que había visto<br />
llorar al fiel cancerbero. En fin, el hombre con el p<strong>la</strong>to de comida l<strong>la</strong>mó a<br />
Abelcaín pero éste no dio respuesta, trató de moverlo con un <strong>la</strong>rgo palo<br />
—porque debido a su suciedad nadie se atrevía a tocarlo— y el indigente<br />
no reaccionó, permanecía aferrado al sucio bolso. A pesar del olor que<br />
despedía, Ildefonso se acercó y notó que Abelcaín no parpadeaba, no<br />
respiraba, entonces comprendió que el pobre estaba muerto.<br />
Algunos curiosos del pueblo, incluyendo al padre Anselmo, propusieron<br />
que debía registrarse <strong>la</strong> bolsa <strong>para</strong> ver si encontraban el nombre de<br />
algún familiar, con <strong>la</strong> finalidad de avisarles. Costó mucho se<strong>para</strong>r al<br />
mendigo del vademécum al cual se mantuvo aferrado durante toda <strong>la</strong><br />
vida y aún después de muerto. Cuando <strong>la</strong> abrieron, los testigos presentes<br />
se asombraron al ver que <strong>la</strong> bolsa estaba atiborrada de monedas y billetes,<br />
producto de <strong>la</strong> limosna que los pob<strong>la</strong>dores de Agua de Vaca le<br />
habían hecho llegar.<br />
El sacerdote convino, que a falta de familia, el dinero se debía disponer<br />
<strong>para</strong> darle al pobre un entierro cristiano y el sobrante lo tomaría<br />
<strong>para</strong> <strong>la</strong> iglesia, como una contribución del indigente a <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong><br />
Virgen. Gracias a el<strong>la</strong>, a sus mi<strong>la</strong>gros y a <strong>la</strong> caridad de <strong>la</strong>s personas —dijo<br />
el clérigo—, el buen mendigo había podido subsistir. Nadie puso objeción,<br />
pero tampoco conocieron el monto de lo encontrado en <strong>la</strong> bolsa.<br />
Según testimonia <strong>la</strong> re<strong>la</strong>tora.<br />
El <strong>perro</strong> acompañó los despojos de Abelcaín hasta que lo metieron<br />
en <strong>la</strong> tumba y después siguió <strong>la</strong> vida de vagabundo a <strong>la</strong> que lo había<br />
acostumbrado su dueño.