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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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JPTJ<br />

La santidad de Críspu<strong>la</strong><br />

corte, olvidaron <strong>la</strong> santa Biblia, <strong>la</strong> cual siempre lo acompañaba. Estaba<br />

colocada sobre el féretro, donde reposaban los restos del compadre. Me<br />

acerqué a <strong>la</strong> urna <strong>para</strong> tomar el libro sagrado, vi <strong>la</strong> cara de satisfacción del<br />

difunto por tan excelente velorio. Por ser persona de confianza del fallecido,<br />

fui encargado de devolver al santo padre el vademécum.<br />

Benavides, corrí como un loco hacia <strong>la</strong> casa parroquial <strong>para</strong> cumplir<br />

con el encargo. Toqué <strong>la</strong> puerta y nadie contestó. Curioseé por <strong>la</strong><br />

ventana y no vi sombra de gente. Acudí al patio trasero de <strong>la</strong> casa parroquial<br />

y fue allí donde observé al curita con <strong>la</strong> sotana arriba y los santos<br />

interiores por los tobillos y a mi ángel, con el vestido arriba y <strong>la</strong>s santas<br />

pantaletas por <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s. Estaban abrazados en acción de tener descendencia.<br />

Permanecí estupefacto en actitud hierática. Mientras observaba<br />

el acto sacrílego, sentí que por los ojos escapaba mi alma y <strong>la</strong> entregaba a<br />

Mefistófeles. Ese día lloré como un niño.<br />

Mira, Benavides, quizá no lo entiendas porque nunca te has enamorado,<br />

pero <strong>la</strong> rabia desatada fue tan intensa, que mientras contemp<strong>la</strong>ba<br />

el acto diabólico ingerí ciento veinticinco páginas que arranqué de<br />

<strong>la</strong> Biblia. Cuando todo estaba dispuesto <strong>para</strong> engullirme otra, encontré<br />

¡un condón! dentro del libro sagrado. Le quité el envoltorio y también lo<br />

tragué, como si en este acto devorara al curita. Seguí <strong>para</strong>do hasta que<br />

comí <strong>la</strong> página doscientas; finalmente abandoné <strong>la</strong> casa de Dios dejando<br />

a ese heresiarca con <strong>la</strong> re<strong>la</strong>psa, cometiendo semejante b<strong>la</strong>sfemia. Corrí<br />

como un demonio a llorar mi desconsuelo al calor de <strong>la</strong> almohada.<br />

Pasé tres días llorando encerrado en el cuarto, interca<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong>s lágrimas<br />

con una santa cagantina, causada de tanto comer papel sacrosanto.<br />

Benavides y lo que más rabia me daba era que, cuando mamá<br />

pasaba por mi cuarto, comentaba:<br />

—Te lo dije, hijo mío, Críspu<strong>la</strong> es muy santa <strong>para</strong> ser tu novia<br />

—fue entonces cuando decidí salirme del pueblo y venirme <strong>para</strong> esta<br />

endemoniada is<strong>la</strong>.<br />

¡Pero bueno!, Benavides volviste a dormirte, no me pidas más nunca<br />

que cuente lo de <strong>la</strong> santidad de Críspu<strong>la</strong>.<br />

ÑÉÄêÉêçI OMMM

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