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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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JOPNJ<br />

Un cuento posmo<br />

Haga su propia conjetura sobre <strong>la</strong> cara que debió poner el japonés<br />

cuando vio estos dos esperpentos, estos dos adefesios; parecía que<br />

fueron engendrados por el diablo —Dios me guarde— en el vientre de<br />

Sayona, y no el producto de los ade<strong>la</strong>ntos de <strong>la</strong> ingeniería genética.<br />

Ninguno de los dos presentaba un ojo rasgado como una rayita, tampoco<br />

teníamos el pelo <strong>la</strong>cio, mucho menos <strong>la</strong> cara ancha característica<br />

de los nipones. Ninguno de los dos frutos tenía un mínimo rasgo<br />

japonés. El Imperio del Sol había sido derrotado nuevamente. La tercera<br />

bomba atómica había caído sobre <strong>la</strong> clínica. La densidad del aire<br />

dentro de el<strong>la</strong> era tan espesa que se podía apartar con <strong>la</strong>s manos. Se<br />

sentía y se olía <strong>la</strong> derrota de una gran empresa.<br />

El japonés demandó a <strong>la</strong> línea, <strong>la</strong> empresa de aviación nipona<br />

demandó a <strong>la</strong> alemana, <strong>la</strong> línea teutónica botó a los sobrecargos, estos<br />

ape<strong>la</strong>ron al sindicato. El grupo que acoge a los empleados de <strong>la</strong>s líneas<br />

aéreas metió un recurso de amparo. Este procedimiento legal no fue<br />

admitido. Mi madre demandó a los sobrecargos, <strong>para</strong> rec<strong>la</strong>mar <strong>la</strong> paternidad<br />

biológica y por consiguiente exigir <strong>la</strong> pensión de manutención de<br />

los bebés. Los empleados al ver <strong>la</strong>s fotos de los esperpentos —mi hermano<br />

y yo— negaron toda participación en tal impostura. Mi mamá<br />

demandó <strong>la</strong> clínica. El japonés demandó a mi madre. Nuestra progenitora<br />

rec<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> práctica de los exámenes del ADN <strong>para</strong> descubrir <strong>la</strong><br />

paternidad biológica de sus raros adefesios. Ni Japón, ni Alemania, ni<br />

USA, ni el país que vio nacer a mi madre, reconocen nuestras nacionalidades;<br />

me imagino <strong>la</strong> cara de los augustos embajadores al ver <strong>la</strong>s fotos de<br />

los aspirantes a ser ciudadano de sus egregias naciones. El hermano del<br />

japonés rec<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> paternidad, antes de ver <strong>la</strong>s fotos de los bebés, luego<br />

de conocerlos, vía Internet, retiró <strong>la</strong> demanda. Finalmente el nipón se<br />

divorció de <strong>la</strong> secretaria y retornó al Imperio del Sol.<br />

Todo esto consta en los expedientes del divorcio que reposan en<br />

los tribunales y que siempre aparece en este re<strong>la</strong>to. Estos documentos<br />

los he leído por vigésima vez, junto con mi hermano, con <strong>la</strong> finalidad de<br />

ver si entre los dos resolvemos el problema de nuestra nacionalidad y de<br />

nuestra paternidad; una vez resuelto el problema podríamos sacar <strong>la</strong><br />

cédu<strong>la</strong>. Hasta los momentos carecemos de documento de identidad y<br />

corremos el riesgo de ir presos por indocumentados o en el peor de los<br />

casos, no existimos como ciudadanos.<br />

¿Qué pasó con el japonés? Abandonó el país agobiado por <strong>la</strong> vergüenza.<br />

Imposibilitado de pasear en un coche, con orgullo de padre, a

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