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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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JVVJ<br />

Luces de <strong>la</strong> gran ciudad<br />

—Es un libro que alguien de <strong>la</strong> capital dejó olvidado en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za y el<br />

prefecto dijo que me quedara con él.<br />

Pero <strong>la</strong> curiosidad es enemiga de <strong>la</strong> ignorancia y el <strong>la</strong>briego, <strong>para</strong><br />

satisfacer <strong>la</strong> primera comenzó a llevarse el libro <strong>para</strong> <strong>la</strong>s faenas del<br />

campo. En los ratos libres se dedicaba a su lectura. Fue tanta <strong>la</strong> emoción,<br />

que a pesar del grosor del libro, lo leyó en una semana. Cuando<br />

terminó de leerlo le vino a <strong>la</strong> memoria <strong>la</strong>s luces de <strong>la</strong> gran ciudad y como<br />

los libros eran cosas de gente de <strong>la</strong> capital decidió comprar otros; así se<br />

convertiría en un hombre citadino.<br />

No tenía afición por ningún tema o tópico en especial, compraba<br />

cualquier libro que vendían en <strong>la</strong>s ferias del pueblo o en algunos<br />

remates que diversos comerciantes traían. Adquirió Don Quijote de <strong>la</strong><br />

Mancha, un diccionario, un libro sobre enfermedades renales, <strong>la</strong> Biblia,<br />

un libro sobre <strong>la</strong> historia de los aztecas, Los miserables, una antología<br />

poética, en fin, dotó a su biblioteca de una treintena de libros, suficientes<br />

como <strong>para</strong> convertirse en un hombre de <strong>la</strong> ciudad.<br />

El granjero se dedicó tanto a <strong>la</strong> lectura que su esposa y vecinos<br />

juraban que el joven agricultor se estaba volviendo loco. Leía y releía los<br />

mismos libros; fue tal el aprendizaje del <strong>la</strong>briego, que éste dejó de<br />

hab<strong>la</strong>r como sus coterráneos y como consecuencia, no le entendían.<br />

Dorotea le dijo un día:<br />

—¡Qué vaina, Cara<strong>la</strong>mpio!, ¿quién carajo te enseñó a hablá en inglé?<br />

—esto ocurrió cierto día cuando él le pidió su jubón y <strong>la</strong> vianda del<br />

condumio <strong>para</strong> yantar después de <strong>la</strong> faena.<br />

Una noche le dijo a Dorotea:<br />

—Por favor, mujer, pásame <strong>la</strong> jofaina que deseo darme una ablución.<br />

Recuerda que hoy es el onomástico del compadre Remigio y no<br />

quiero llegar después que fenezca <strong>la</strong> jarana.<br />

Dorotea, queriendo entender al pie de <strong>la</strong> letra el pedido, le llevó un<br />

trozo de tabaco de mascar, los interiores nuevos y una botel<strong>la</strong> de aguardiente.<br />

El marido se rio y él mismo buscó su ponchera, su jabón, su tusa<br />

<strong>para</strong> <strong>la</strong>varse y luego irse a celebrar el santo del compadre.<br />

A <strong>la</strong> mañana siguiente, después del sarao, Cara<strong>la</strong>mpio no se levantó<br />

de <strong>la</strong> cama, l<strong>la</strong>mó a su mujer y le comunicó:<br />

—Dorotea, mírame <strong>la</strong> andorga. Creo que tengo los pródromos de<br />

una flegmasía, debido al estropicio cometido con los comistrajos que<br />

preparó <strong>la</strong> menegilda del compadre —¿qué podía hacer nuestra<br />

Dorotea? ¿Hacia dónde iba a mirar <strong>la</strong> buena mujer? Abrió los ojos una

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