Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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JNRRJ<br />
Libertad<br />
los valores y <strong>la</strong>s tradiciones del liceo, así como también, reforzaba los<br />
sentimientos de <strong>la</strong> libertad y nacionalidad elementos indispensables<br />
—tal como afirmé anteriormente— <strong>para</strong> el funcionamiento de <strong>la</strong> democracia.<br />
Cada uno de los miembros de <strong>la</strong> liga ve<strong>la</strong>ba por el cumplimiento<br />
fiel de <strong>la</strong>s normas de <strong>la</strong> hermandad.<br />
Llegué a <strong>la</strong> adolescencia impregnado con los vahos de licor de mi<br />
padre, con <strong>la</strong> monomanía e hipocondría de mi madre y <strong>la</strong>s malcriadeces<br />
de mi hermana, quien por ser <strong>la</strong> favorita, ya a los quince años tenía un<br />
f<strong>la</strong>mante automóvil. Recuerdo que papá estaba apegado a <strong>la</strong> doctrina<br />
socialdemócrata, <strong>la</strong> cual profesaba ya que militaba en un partido cuyo<br />
fundamento político era <strong>la</strong> libertad y <strong>la</strong> igualdad de los ciudadanos.<br />
Cierta vez al preguntarle <strong>la</strong> razón por <strong>la</strong> cual no me regaló a mí también<br />
un carro, obtuve como respuesta fue otra pregunta: “¿Acaso te crees<br />
igual que tu hermana?” De esta manera pude advertir, sin frustraciones<br />
y sin equívocos, que el legado francés había pasado de generación a<br />
generación hasta enraizarse en mi familia.<br />
Total, que desde muy joven milité en el partido socialdemócrata de<br />
mi padre y como consecuencia de esto, tuve que asistir a <strong>la</strong>s reuniones<br />
de <strong>la</strong> agrupación con <strong>la</strong> finalidad de conocer <strong>la</strong> doctrina del partido. Por<br />
esta vía, debía ve<strong>la</strong>r por el acatamiento de los dictamines que mis jefes<br />
políticos nos hacían llegar. Era evidente, que todos los militantes debíamos<br />
cumplir los estatutos y <strong>la</strong>s normas que nuestros máximos líderes y<br />
fundadores habían formu<strong>la</strong>do, desde hacía muchos años. Empédocles,<br />
que como siempre me llevaba <strong>la</strong> contraria, militaba en el partido socialcristiano,<br />
que <strong>para</strong> nosotros lo socialdemócrata esos estatutos coartaban<br />
<strong>la</strong> libertad. Yo, como persona criada bajo un régimen familiar de<br />
libertades individuales, le hacía notar de lo equivocado de su militancia.<br />
En períodos electorales el partido les asignaba a los militantes el<br />
trabajo que debían realizar <strong>para</strong> lograr el triunfo en <strong>la</strong>s urnas electorales.<br />
Durante esa época mi padre me obligaba a pegar y a repartir propaganda<br />
hasta en horas de <strong>la</strong> madrugada. Estaba sumamente orgulloso de<br />
mi régimen de libertad individual, el cual compartía con <strong>la</strong>s normas<br />
disciplinarias de mi padre, los compromisos con <strong>la</strong> iglesia, los estatutos<br />
del club, el cumplimiento de mi trabajo en <strong>la</strong> “liga de los jóvenes por <strong>la</strong><br />
libertad”, mis obligaciones en el liceo y con los estatutos del partido.<br />
Empédocles y yo nos graduamos de bachilleres. Él siguió con su<br />
militancia socialcristiana, luego ingresó a un seminario porque se consideraba<br />
un elegido y yo, me mantuve al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> acera. Le recordé