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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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impresión que había tenido al ver los resp<strong>la</strong>ndores luminosos de <strong>la</strong><br />

metrópolis; juró que algún día se iría a vivir <strong>para</strong> allá.<br />

La educación del campesino fue precaria, tan solo llegó hasta tercer<br />

grado de Educación Básica. Había en su pueblo una so<strong>la</strong> maestra<br />

que <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maban “<strong>la</strong> señorita Eulogia”. El<strong>la</strong> fue su guía espiritual y académica<br />

durante los estudios de primero, segundo y tercer grado.<br />

Cierta vez, <strong>la</strong> educadora pretendió enseñarle a nuestro joven los<br />

quebrados, vale decir los números fraccionarios. Cara<strong>la</strong>mpio le manifestó<br />

“Maestra, creo que eso en el campo no sirve de nada, acá se venden<br />

<strong>la</strong>s vitual<strong>la</strong>s enteras y no por pedazos”. La señorita Eulogia no insistió,<br />

en realidad creía que su pupilo tenía razón. Cuando fue a enseñarle los<br />

Sistemas de Medidas, le habló del kilogramo, <strong>la</strong> libra y <strong>la</strong> tone<strong>la</strong>da. De<br />

nuevo, el discípulo preguntó:<br />

—Maestra ¿<strong>para</strong> qué nos sirven <strong>la</strong> tone<strong>la</strong>da y <strong>la</strong> libra si aquí <strong>la</strong>s<br />

únicas Unidades de Medidas son el saco y el guacal?<br />

La señorita Eulogia, quien descendía de campesinos, pensó que su<br />

pupilo estaba en lo cierto.<br />

El agricultor, ya casado, cierta mañana fue al pueblo <strong>para</strong> comprar<br />

abono <strong>para</strong> <strong>la</strong> siembra. Encontró en el banco de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za un libro que<br />

algún viajero había dejado olvidado. Como hombre honrado buscó y<br />

rebuscó en el pueblo al propietario de este objeto, pero no lo localizó.<br />

Fue a <strong>la</strong> oficina del prefecto <strong>para</strong> su entrega y posible devolución al propietario,<br />

a lo que aquel le manifestó:<br />

—Como el dueño del libro no aparece, te puedes quedar con él.<br />

Esas son cosas de alguna gente de <strong>la</strong> capital, quien debió pasar por el<br />

pueblo y lo dejó olvidado.<br />

Cara<strong>la</strong>mpio sabía leer muy bien y leyó el título del autor en voz alta:<br />

—La guerra y <strong>la</strong> paz de León Tolstoi —no se impresionó por lo<br />

leído ya que el título no le decía nada, además el autor no era vecino<br />

suyo. No se animó a leerlo, no quería perder tiempo en esas tonterías y<br />

muy adentro se preguntó ¿<strong>para</strong> qué voy aprender más? y en voz alta<br />

dijo—: Sé leer, sé sacar cuentas, sé firmar y no escribo mucho porque<br />

no tengo a quién mandarle una carta.<br />

El campesino llegó a su casa con el abono y el libro bajo su axi<strong>la</strong>.<br />

Como siempre, su esposa Dorotea lo recibió con un buen p<strong>la</strong>to de<br />

comida. Extrañada por ese objeto raro y desconocido que había traído,<br />

preguntó por él, su marido contestó:<br />

JVUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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