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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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—Papito, ¿acaso tú no sabes leer?, ¿tú no ves qué dice acá?<br />

Apuntó <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong> con el dedo lleno de ojo de pescado:<br />

—“Va sin enmienda”, y esto no es más que un simple borrón —le<br />

expliqué lo ocurrido y <strong>la</strong> culpa de <strong>la</strong> funcionaria de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> tres, le<br />

hablé de mis vicisitudes, del apuro de mi estadía en Fi<strong>la</strong>delfia, de <strong>la</strong> permanencia<br />

de mi compañera en Suiza, hasta le dije que el hervido tenía<br />

buen aroma, pero todo fue en vano, sabía lo que venía:<br />

—Tiene que comenzar de nuevo.<br />

Recordé <strong>la</strong>s enseñanzas de Buda, el Bhagavad-Gita, los vedas, aprendidas<br />

con el maestro Bhaktivedanta Swami <strong>para</strong> <strong>la</strong> conciencia Krisna;<br />

me afloró en mi mente el yin-yang y le dije a María Alejandra:<br />

—Sentémonos a meditar.<br />

Le pedí a mi compañera que se sentara en el medio de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> con <strong>la</strong><br />

finalidad de invocar a <strong>la</strong> infalible Krisna. Adoptamos <strong>la</strong> posición de loto,<br />

unimos, cada uno por se<strong>para</strong>do los pulgares y los índices <strong>para</strong> realizar un<br />

ejercicio de concentración. Era necesario encontrar <strong>la</strong> paz invocando al<br />

infalible Krisna. Cerramos los ojos y comenzamos a meditar. Sólo se oía<br />

en el recinto <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras “aum, aum, aum”. Queríamos invocar a <strong>la</strong> diosa<br />

Laksmi <strong>para</strong> que nos acogiera en sus múltiples brazos y nos diera <strong>la</strong><br />

calma necesaria en estos casos.<br />

Recuerdo que el silencio fue total. Desperté cuando un uniformado<br />

me tocó el hombro <strong>para</strong> sacarme de mi estado de meditación. Observé<br />

que estábamos rodeados de numerosas personas, quienes nos hacían<br />

una rueda. Regresé del viaje astral, cuando escuché <strong>la</strong> voz del agente:<br />

—Miren, jóvenes, no sé qué c<strong>la</strong>se de tabaco se fumaron, aunque<br />

“aum” no los voy a llevar presos, pero si siguen molestando en este local<br />

los enviaré al <strong>para</strong>íso terrenal.<br />

Levanté <strong>la</strong> mirada, observé su rostro; como lo hice tan profundamente,<br />

advertí un aura negra a su alrededor; casi llegué asegurar que<br />

aquel agente despedía un hedor mefítico. Sabía que con este funcionario<br />

no se podía conversar. No quedó más remedio que levantarnos del piso;<br />

invité a mi compañera a que abandonáramos <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />

Salimos de <strong>la</strong> oficina, sin mencionar durante mucho rato lo recientemente<br />

ocurrido, parecía que <strong>la</strong> fatalidad nos acompañaba. La paz y <strong>la</strong><br />

tranquilidad que da <strong>la</strong> meditación, se estaba agotando; no podía ser cierto<br />

lo que estaba pasando. Había leído, que en recientes descubrimientos<br />

fisiológicos los médicos recomendaban <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones sexuales, éstas permiten<br />

aliviar el estrés. Le pedí a María Alejandra que corriéramos al<br />

JORQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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