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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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de Composte<strong>la</strong>, de Nuestra Señora de París. En otra oportunidad, lo<br />

encontré dibujando en el piso, mostrándole a <strong>la</strong> gente una escultura,<br />

algún alcázar español o hablándoles de los buenos vinos franceses, o de<br />

su champaña que tanto anhe<strong>la</strong>ba. Nadie podía negar <strong>la</strong>s cualidades de<br />

maestro de nuestro adoptado, quien <strong>la</strong>s ponía en práctica con nosotros.<br />

Pero nunca faltan <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>gradecidas y ma<strong>la</strong>s lenguas, capaces de destruir<br />

todo un mundo a cambio de nada y en poco tiempo. Mucho más<br />

fácil es destruir que construir; algunos hombres son capaces de acabar en<br />

poco tiempo lo que a otros, con tanto trabajo y en mucho tiempo, les<br />

costó levantar. Recordé a Moisés, quien tuvo que conducir a los judíos<br />

por el desierto durante cuarenta años en búsqueda de <strong>la</strong> tierra prometida<br />

y al menor descuido, de que conversó con Dios, ya los conducidos<br />

estaban adorando al vellocino de oro; culpando a Moisés de todos los<br />

avatares que tuvieron que sufrir durante <strong>la</strong> travesía. De igual manera nos<br />

estábamos comportando con el “mesié”.<br />

A finales de mayo, después de <strong>la</strong>s fiestas de <strong>la</strong> cruz, Idelfonso convocó<br />

a los notables de El Yunque y de El Martillo a una reunión urgente<br />

que se celebraría en zona de distensión. De inmediato se hicieron los<br />

pre<strong>para</strong>tivos: se llevó <strong>la</strong> mesa, <strong>la</strong>s bebidas refrescantes, alguno que otro<br />

refrigerio, con <strong>la</strong> finalidad de escuchar <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del francés y también<br />

adornaron el sitio con bellos festones. Todos pensamos que Idelfonso<br />

nos iba a comunicar su partida. Fui encomendado <strong>para</strong> que en caso que<br />

ese fuera su p<strong>la</strong>nteamiento, disuadirlo de tal intención por ser su amigo<br />

más próximo.<br />

Todos observamos cuando venía aproximándose el francés. Le<br />

observábamos un paso cansino, como desorientado y algo torpe. Sus<br />

ojos azules estaban apagados y su mirada, no tenía el brillo del Idelfonso<br />

que había arribado a El Yunque en una moto destarta<strong>la</strong>da, hacía<br />

algunos años.<br />

Cuando llegó a <strong>la</strong> mesa le acerqué <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> <strong>para</strong> impedir que se fuera<br />

de bruces y en ese momento nos dirigió <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />

—Señores de El Yunque y de El Martillo, los he convocado hasta<br />

este sitio con <strong>la</strong> finalidad de agradecerle toda sus atenciones, porque en<br />

verdad, no creo ser merecedor de ello. Pero en fin, no sé quién se siente<br />

mejor, el que recibe, sin dar nada a cambio o el que da, porque se siente<br />

bien al hacerlo —todos nos miramos puesto que ignorábamos hacia<br />

dónde se dirigía nuestro culto francés y continuó—: Creo que a su <strong>la</strong>do<br />

conseguí parte de esa paz que anhe<strong>la</strong>ba. Estuve rodeado de <strong>la</strong>s mejores<br />

JNQNJ<br />

Diálogos con el vividor

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