Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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«Como <strong>la</strong> nueva dueña y empleadas tenían que comer, se abrió<br />
nuevamente El Paralelo. A eso de <strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> tarde se escuchó el grito<br />
conocido por todos ¡Isadora enciende <strong>la</strong>s candilejas! La novel administración<br />
le dio otra visión a El Paralelo. Mi madre tenía un criterio<br />
empresarial diferente. Procedió a hacerle algunas transformaciones al<br />
lupanar: lo afilió a todas <strong>la</strong>s tarjetas de créditos, instaló una línea directa<br />
telefónica con los bancos más importantes del país <strong>para</strong> <strong>la</strong> conformación<br />
de cheques, ordenó que en el bar se sirviera sólo bebidas alcohólicas<br />
importadas. Además, se cambiaron <strong>la</strong>s candilejas, también, los<br />
muebles del salón principal y los de <strong>la</strong>s alcobas, algo churriguerescos<br />
según mi gusto. Pero <strong>la</strong> opinión de Isadora, quien <strong>para</strong> mi madre tenía<br />
mucha importancia, fue <strong>la</strong> que prevaleció en <strong>la</strong> decoración del local.<br />
Los estilos Luis XV y el Imperio fueron los predominantes, en materia<br />
de mobiliario. En fin, nuevos oropeles, pero al final, El Paralelo siguió<br />
siendo un burdel de carretera.<br />
«En los lupanares pasa siempre lo mismo durante <strong>la</strong>s noches:<br />
música, alcohol, humo de cigarro, alguno que otro pleito y mucha testosterona.<br />
Durante el día, al burdel lo envuelve una especie de vaho,<br />
algo así como un vapor de flojera que arropa a cada uno de sus moradores.<br />
Quizás el dormir de día, el trabajar y disfrutar de noche como <strong>la</strong>s<br />
lechuzas, nos mantenía alterado nuestro reloj biológico, como se dice<br />
ahora: el biorritmo se mantenía perturbado.<br />
«Con el tiempo, mi madre se fue retirando del ejercicio profesional,<br />
sólo atendía a un cliente fijo, alguien muy especial, quien les proporcionaban<br />
buenas ganancias. En verdad, su figura todavía no había perdido<br />
<strong>la</strong> sensualidad y atractivo de los primeros años. Se preguntarán de mi<br />
actitud frente a el<strong>la</strong> y su trabajo; en realidad no me molestaba, ni me<br />
daba celos de ningún tipo. Había nacido, crecido, vivido y trabajado en<br />
El Paralelo. El lupanar era mi vida, por eso, todo lo que ocurría a mi<br />
alrededor eran cosas normales del trabajo; el mismo que desempeñaba<br />
<strong>la</strong>s meretrices y mi progenitora. Era parte del ejercicio de su profesión.<br />
Unas mujeres trabajan con <strong>la</strong>s manos, otras con su cerebro; mi madre y<br />
sus compañeras con el cuerpo. El<strong>la</strong>s proporcionaban un servicio que los<br />
hombres necesitaban, al igual que el médico, el psicólogo, el sacerdote o<br />
cualquiera otra profesión. Las putas entregan parte de su cuerpo, a<br />
cambio del bienestar psíquico y sexual de los hombres. Por algo era un<br />
oficio tan antiguo como <strong>la</strong> humanidad misma; había perdurado por<br />
JOMVJ<br />
Candilejas en El Paralelo