Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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JUTJ<br />
Celos<br />
el tá<strong>la</strong>mo nupcial. La sangre se le subió a su cabeza, <strong>la</strong> ira, el temor, <strong>la</strong><br />
inquina, el odio, los celos, <strong>la</strong> lástima con el<strong>la</strong> misma, todos estos sentimientos<br />
adversos se apelotonaron e hicieron que Verónica se dirigiera a<br />
<strong>la</strong> cómoda, allí guardaba desde hacía tiempo una pisto<strong>la</strong>. La tomó,<br />
revisó si estaba cargada, pidió perdón al Todopoderoso y se persignó.<br />
Luego se dirigió a <strong>la</strong> alcoba y apuntó sobre <strong>la</strong> cabeza de <strong>la</strong>s dos personas,<br />
a una de el<strong>la</strong>s, por usurpar su puesto de señora y al otro por<br />
traidor y adúltero. Disparó con rabia y descargó todos los tiros en <strong>la</strong><br />
humanidad de los durmientes. Una vez consumado el doble asesinato<br />
se sentó en su sofá a llorar y a rezar.<br />
En breve, notó que <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> alcoba se abrió y apareció en <strong>la</strong><br />
penumbra su marido Narciso, quien vino corriendo del cuarto de huéspedes<br />
mostrando señales de sorpresa, ante el estrépito producido por<br />
los disparos. Verónica creyó que era un fantasma, entonces corrió hacia<br />
<strong>la</strong> cama, quitó <strong>la</strong> cobija con machas purpuradas del rostro de <strong>la</strong>s personas,<br />
<strong>la</strong>s cuales yacían en su lecho. Descubrió con horror <strong>la</strong> cara moribunda<br />
de su padre y su madre a quien Narciso le había prestado <strong>la</strong><br />
alcoba matrimonial <strong>para</strong> que descansaran cómodamente. La recién llegada<br />
mostró un rostro de espanto ante el tétrico espectáculo.<br />
Me contó luego Narciso, que Verónica al notar que había cometido<br />
un parricidio, fijó su mirada en los cuerpos inertes de sus padres y<br />
cayó desmayada sobre los cadáveres. No fue a <strong>la</strong> cárcel, porque después<br />
del acto criminal más nunca habló, fue dec<strong>la</strong>rada demente y recluida en<br />
el hospital donde hoy me encuentro. Su prisión fue su cuerpo y su<br />
mente, estos más nunca le dejaron aflorar otra expresión que no fuera <strong>la</strong><br />
mirada vesánica de una inocente.<br />
Nunca sabré si el cerebro de Narciso funciona tan sabiamente como<br />
<strong>para</strong> tramar este asesinato con tal perfección. No soy ni Dios ni juez<br />
<strong>para</strong> juzgar su comportamiento, pero cada vez que lo veo en <strong>la</strong>s páginas<br />
sociales, acompañado de <strong>la</strong> gerente de <strong>la</strong> empresa de su suegro, me<br />
quedan profundas sospechas y no dejo de sentir una gran arrechera<br />
hacia Narciso. Porque una vez muerto el padre y <strong>la</strong> madre de Verónica<br />
y sin ningún otro heredero, toda <strong>la</strong> fortuna de <strong>la</strong> familia pasó a manos<br />
del gran seductor.<br />
Me retiré del <strong>la</strong>do de mi amiga sin despedirme, sin decir nada, sólo<br />
miré sus ojos y no observé ningún cambio. La mirada seguía perdida en<br />
el firmamento, buscando en un punto de <strong>la</strong> infinitud algún remedio<br />
<strong>para</strong> <strong>la</strong> enfermedad de su alma.