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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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vengarse y <strong>la</strong> única posibilidad era mediante <strong>la</strong> dec<strong>la</strong>ración formal de <strong>la</strong><br />

guerra que los políticos y los congresantes de <strong>la</strong> capital estaban negociando.<br />

Sus pa<strong>la</strong>bras al cierre fueron:<br />

—Recuerden, queridos soldados, hijos de <strong>la</strong> patria, que <strong>la</strong>s afrentas<br />

a <strong>la</strong> soberanía se <strong>la</strong>van con sangre enemiga.<br />

Era verdad, <strong>la</strong> guerra se estaba negociando, porque esto es lo que es<br />

<strong>la</strong> guerra, un buen negocio, pero no <strong>para</strong> Onésimo ni <strong>para</strong> Crisóstomo,<br />

ni <strong>para</strong> los habitantes del pueblo de allá, ni los de acá, lo es sólo <strong>para</strong> los<br />

mercaderes de muertos; los mismos que les venden todo tipo de pertrechos<br />

militares a los gobiernos de <strong>la</strong>s naciones de acá y de allá. Negocio<br />

es <strong>para</strong> los políticos y altos oficiales, quienes se benefician con <strong>la</strong>s altas<br />

comisiones que obtienen por <strong>la</strong>s ventas de armas. Todo esto lo había<br />

leído Onésimo en un periódico que su tío Ambrosio le había traído de<br />

<strong>la</strong> capital. Se podía leer el opúsculo, que el presidente estaba esperando<br />

<strong>la</strong> opinión del soberano Congreso de <strong>la</strong> República <strong>para</strong> una dec<strong>la</strong>ración<br />

formal de <strong>la</strong> guerra; constantemente, de una manera reiterada y alevosa<br />

los enemigos de <strong>la</strong> patria estaban vio<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> soberanía del país. Mientras<br />

Crisóstomo leía todo esto meditaba en voz alta:<br />

—Pensar que Onésimo y yo somos responsables de esta guerra;<br />

desde muy pequeños nos <strong>la</strong> pasábamos vio<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> soberanía de <strong>la</strong>s dos<br />

naciones.<br />

En el pueblo de Onésimo, igualmente que en el otro, estaban preparándose<br />

<strong>para</strong> <strong>la</strong> guerra. En todos los postes de <strong>la</strong> calle se habían colocados<br />

altavoces y par<strong>la</strong>ntes, a través de estos se exacerbaban el fervor<br />

patriótico del pueblo y el odio hacia sus vecinos de muchos años. Estas<br />

vecindades existían desde tiempos inmemorables, antes de que los<br />

gobiernos y los cartógrafos decidieran en el mapa <strong>la</strong> se<strong>para</strong>ción de los<br />

dos pueblos mediante rayas y puntos.<br />

Un sargento l<strong>la</strong>mó a Onésimo a formar fi<strong>la</strong>s en el pelotón al que<br />

había sido asignado y le arengó:<br />

—Estimados soldados, <strong>la</strong> patria se siente orgullosa de <strong>contar</strong> con<br />

ustedes <strong>para</strong> que defiendan sus intereses. Todos saben que nuestros enemigos<br />

están del otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> raya; sólo ellos son los responsables de <strong>la</strong>s<br />

grandes ca<strong>la</strong>midades por <strong>la</strong>s que estamos atravesando —el joven, mientras<br />

escuchaba esta perorata se acordó del judío Benjamín, a quien todos<br />

en el pueblo le echaban <strong>la</strong> culpa de <strong>la</strong>s cosas ma<strong>la</strong>s que sucedían. Cuando<br />

llovía mucho, <strong>la</strong> culpa era del judío, cuando <strong>la</strong> sequía era prolongada <strong>la</strong><br />

JNSTJ<br />

La nacionalidad

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