Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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Advertí que el imperio de <strong>la</strong> voluntad y <strong>la</strong> razón no podían contra el<br />
poder omnímodo de mis sentidos y sentimientos.<br />
«Mi madre, ya con muchos años, con más sabiduría y <strong>la</strong> experiencia<br />
que da el ejercicio de esta profesión, comenzó a notar mis atenciones<br />
hacia Pigallle. No tardó en reiterarme sobre los cuidados de<br />
cualquier vínculo sentimental con <strong>la</strong> francesita. Sus pa<strong>la</strong>bras eran <strong>la</strong>s<br />
mismas de siempre: “Acuérdate de lo peligroso del cóctel”.<br />
«En <strong>la</strong> medida que mis atenciones hacia <strong>la</strong> francesa aumentaban,<br />
sentía lo contrario hacia mí de parte de Isadora, quien me tenía acostumbrado<br />
a un trato muy especial. Se lo achaqué a los celos normales<br />
entre hermanos. Supuse que estos no eran iguales a los que sentía<br />
cuando Pigalle se metía en <strong>la</strong>s alcobas con sus clientes. Los acompañaba<br />
con mi mirada hasta <strong>la</strong> puerta del dormitorio, sentía que <strong>la</strong> sangre<br />
de mis venas hervía. En muchos casos, era sorprendente cuando advertía<br />
lágrimas corriendo por mi cara; se <strong>la</strong>s achacaba al humo del cigarro,<br />
que como una nieb<strong>la</strong> envolvía al burdel. Desconocía esta emoción,<br />
puesto que <strong>para</strong> mí <strong>la</strong>s meretrices <strong>la</strong>s consideraba como mi familia, o en<br />
último caso, eran empleadas del negocio. Comencé a experimentar un<br />
extraño sentimiento sin saber ubicar el órgano de mi cuerpo responsable<br />
de ese malestar. Se lo comenté a Isadora y observé cierto mohín<br />
de disgusto. De inmediato, rezó el mandamiento que debíamos cumplir<br />
en El Paralelo.<br />
«Mi madre, con el tiempo se fue poniendo vieja, se le había disipado<br />
su hermosura de antaño. El humo del cigarro y los trasnochos le<br />
fueron deteriorando <strong>la</strong> lozanía de <strong>la</strong> piel, que en otras épocas fue su<br />
carta de presentación. Isadora, había perdido su fragilidad y no bai<strong>la</strong>ba<br />
el Danubio Azul con <strong>la</strong> elegancia y <strong>la</strong> destreza de antes. Sus zapatil<strong>la</strong>s y<br />
sus trajes estaban raídos y decolorados; y Pigalle, cada día más hermosa,<br />
me desgarraba el corazón con sus miradas.<br />
«Muchas veces notaba que Isadora p<strong>la</strong>ticaba a so<strong>la</strong>s con Pigalle;<br />
el<strong>la</strong> mantenía <strong>la</strong> conversación mirándome con sus penetrantes ojos<br />
azules, obligándome a bajar <strong>la</strong> mirada; no sabía si era por vergüenza o<br />
<strong>para</strong> que no descubriera en mi rostro <strong>la</strong> pasión incontro<strong>la</strong>ble e indecisa.<br />
Cuando quería indagar con el bai<strong>la</strong>rín sobre el tema de <strong>la</strong> conversación<br />
sentía su desprecio y no hacía ningún comentario.<br />
«En <strong>la</strong> medida que el dios Cronos movilizaba los engranajes de <strong>la</strong><br />
máquina del tiempo, cada día que pasaba sentía mi corazón más constreñido.<br />
No encontraba pa<strong>la</strong>bras <strong>para</strong> acercarme a Pigalle; en mi mente,<br />
JONOJ<br />
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