Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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Diálogos con el vividor<br />
Bueno se preguntarán, ¿y qué pasó con Idelfonso? Debo decir que<br />
esta guerra siempre se mantenía viva, así como <strong>la</strong> de los judíos y palestinos.<br />
El yuquense, a quien el francés le formuló <strong>la</strong> pregunta le respondió:<br />
—Mira gringo, el fuego devastó a ese pueblo hace muchos años y<br />
de ellos no quedó ni siquiera carbón <strong>para</strong> leña —era evidente, que<br />
nuestro lugareño no tenía idea de <strong>la</strong> geografía universal ni del gentilicio<br />
de <strong>la</strong>s personas; <strong>para</strong> él, todo rubio era gringo y recíprocamente, todo<br />
gringo era rubio. El peregrino, algo maduro, de pelo amarillo, con su<br />
mirada azu<strong>la</strong>da, hizo un oteo muy rápido de <strong>la</strong>s casas que conformaban<br />
el pueblo y sintió un profundo desaliento. Como por arte de birlibirloque<br />
hubiera querido desaparecer del tercer mundo. El extraño, parloteó<br />
en un desfigurado castel<strong>la</strong>no; le preguntó al aborigen dónde<br />
podía alojarse y que le recomendara un taller <strong>para</strong> arreg<strong>la</strong>r <strong>la</strong> moto.<br />
Hab<strong>la</strong>ba con un marcado acento francés, en el que el idioma galo mezc<strong>la</strong>do<br />
con el español, se transformaba en otro nuevo.<br />
La presencia de Idelfonso atrajo a varios vecinos del lugar, quienes<br />
lo miraban con <strong>la</strong> extrañeza de un ser tan raro. ¿Cuándo un hombre<br />
rubio, colorado y mal oliente se había paseado por El Yunque? Como los<br />
presentes escucharon <strong>la</strong> intención del rubio de ir al pueblo vecino, todos<br />
le ofrecieron al unísono <strong>la</strong> posibilidad de darle hospedaje en su casa, con<br />
<strong>la</strong> única condición de que se bañara. No cabía duda, cuando se mezc<strong>la</strong> el<br />
calor, con los humores emanados por esos cuerpos rubios, se exha<strong>la</strong> un<br />
vaho mefítico insoportable <strong>para</strong> <strong>la</strong>s narices de cualquier ser humano. No<br />
fue fácil <strong>la</strong> transacción, el galo afirmaba que se podía bañar dos veces por<br />
semana y los yuquenses no estaban conformes, hasta que acordaron que<br />
Idelfonso se bañaría cuatro veces a <strong>la</strong> semana, previa supervisión. Para el<br />
cumplimiento del pacto fue asignado uno de los vecinos, cuyo único trabajo<br />
era verificar si el francés cumplía con lo estipu<strong>la</strong>do.<br />
En fin, se acordó que el extranjero pernoctaría en varias casas y ello<br />
no le acarrearía ningún desembolso. Había que impedir, por sobre<br />
todas <strong>la</strong>s cosas, que el francés se dirigiera a su destino original. Los<br />
yuquenses adoptaron al hombre proveniente del otro <strong>la</strong>do del océano.<br />
Una vez que se retiró Idelfonso los notables del pueblo tomaron una<br />
decisión. L<strong>la</strong>maron a Carmelito Utrera, hombre versado en <strong>la</strong> mecánica<br />
y le dieron <strong>la</strong> orden de impedir que nadie re<strong>para</strong>ra <strong>la</strong> moto y si era<br />
posible, <strong>la</strong> terminara de dañar. Era inminente, justo y necesario, que el