Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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muchos siglos, por encima de todos los avatares que habían arrasado<br />
parte de <strong>la</strong> existencia de muchas personas.<br />
«Las cosas en El Paralelo continuaron como antes. Mi madre<br />
tomó <strong>para</strong> sí <strong>la</strong> reg<strong>la</strong>, que sin redactarse en un papel se cumplía sin discusión<br />
en el negocio: “El p<strong>la</strong>cer, el amor y el trabajo no se deben mezc<strong>la</strong>r”.<br />
Lo repetía muchas veces a <strong>la</strong>s meretrices; machacaba el tema,<br />
sobre todo a mí, el nuevo administrador. Cargo al cual fui ascendido<br />
<strong>para</strong> que <strong>la</strong> dueña se ocu<strong>para</strong> de otras cosas, tales como del ambiente del<br />
local, <strong>la</strong>s bebidas, del vestuario de <strong>la</strong>s meretrices, de <strong>la</strong> música, etc. A<br />
eso de <strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> tarde el<strong>la</strong> gritaba:<br />
«—¡Isadora, enciende <strong>la</strong>s candilejas!<br />
«Ya lo hacía como cumpliendo un ritual, puesto que él sabía que<br />
eso era parte de sus obligaciones. Al momento se encendía <strong>la</strong> roco<strong>la</strong> y<br />
con <strong>la</strong> música comenzaba el fragor del burdel, anunciando a sus clientes<br />
que El Paralelo abría sus puertas <strong>para</strong> darle atención a los que buscaban<br />
el p<strong>la</strong>cer, <strong>la</strong> paz y el sosiego que en sus hogares no encontraban.<br />
Todo marchó a <strong>la</strong> perfección hasta que llegó Pigalle.<br />
«Pigalle, que así <strong>la</strong> bautizamos, era una meretriz francesa procedente<br />
de Europa, vino a <strong>para</strong>r a este lugar por alguna razón que nunca<br />
se supo. Mi madre, tal como acostumbraba <strong>la</strong> otra madama, lo único<br />
que exigía era que tuviese los papeles en reg<strong>la</strong> y su certificado de salud;<br />
tenía por ley no preguntar los motivos o <strong>la</strong>s razones del ejercicio profesional.<br />
Sólo <strong>la</strong>s miraba con su ojo clínico, vestidas con ropa interior,<br />
luego conversaba un poco con el<strong>la</strong>s; en el caso de aprobar el breve<br />
examen, quedaban contratadas en El Paralelo. De esta manera, <strong>la</strong> francesa<br />
pasó a formar parte de <strong>la</strong>s cortesanas del lupanar.<br />
«La francesita era una mujer de una belleza muy especial. Tenía<br />
más de treinta años, pero no tan cerca de <strong>la</strong> cota de los cuarenta, con<br />
una presencia y personalidad poco conocida por estos lugares. De una<br />
albura de piel que casi oscurecía <strong>la</strong>s candilejas del negocio. Sumamente<br />
alta, destacaba por su tamaño entre todas <strong>la</strong>s mujeres. Afirmaba que su<br />
padre era nórdico y su madre de Estonia. Tenía una gran guedeja negra<br />
azabache que provenían de una linda cara, <strong>la</strong> cual hermoseaba <strong>la</strong> caía<br />
sobre sus hombros. Ésta, contrastaba con un par de ojos azules de<br />
donde parecía salir un fluido eléctrico que penetraba el alma <strong>para</strong><br />
seducir y cautivar su interlocutor. Cuando sonreía, se asomaban detrás<br />
de sus <strong>la</strong>bios voluptuosos unos hermosos dientes nacarados. Era evidente,<br />
su cuerpo estaba en armonía con <strong>la</strong> cara que <strong>la</strong> sostenía. Poseía<br />
JONMJ<br />
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