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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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La voz continuó de manera firme pero implorante:<br />

—Estoy en pena, mi alma deambu<strong>la</strong> sin rumbo y te necesito <strong>para</strong><br />

que me saque de este infierno.<br />

María del Valle, trajo a su memoria que esa era <strong>la</strong> voz de don Tomás,<br />

el amante canario de su abue<strong>la</strong>, quien, cuando el<strong>la</strong> era pequeña <strong>la</strong> sentaba<br />

en sus piernas y <strong>la</strong> manoseaba, <strong>para</strong> p<strong>la</strong>cer de ambos. Recuerda, que<br />

el<strong>la</strong>, aunque muy joven, ya había comenzado a sentir los goces de una<br />

mujer adulta.<br />

—Diga don Tomás, aquí estoy <strong>para</strong> servirle, pero a cambio de ello<br />

tendrá que decirme dónde están <strong>la</strong>s cincuenta y seis morocotas que le<br />

robó a mi abue<strong>la</strong>.<br />

El cuerpo del iluminado era un mar de contorsiones, el montón de<br />

carne de aquel hombre se movía como un cochino grande luego que le<br />

dan el palo de gracia.<br />

Juan seguía asustado, sólo el abrazo de su madre lo podía mantener<br />

de pie y con el sudor chorreándole por <strong>la</strong> frente, le susurró al oído:<br />

—Maíta, me cagué.<br />

María le hizo caso omiso de <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Juan y armándose de<br />

valor se mantenía atenta a <strong>la</strong>s frases que profería el iluminado.<br />

—María del Valle te entrego <strong>la</strong>s cincuenta y seis morocotas, a cambio<br />

de que me reces todas <strong>la</strong>s noches y me des el alma de un bautizado.<br />

Ante tal pedimento, <strong>la</strong> mujer no se inmutó. Por su mente cruzaron<br />

todos los pob<strong>la</strong>dores del caserío donde residía, desde el momento en<br />

que <strong>la</strong> comadrona le hizo ver <strong>la</strong> luz por primera vez. Pensó en los cinco<br />

ex maridos, padres de sus cinco hijos, <strong>para</strong> buscar el alma del bautizado,<br />

le vino a su memoria Aminta, <strong>la</strong> loquita del pueblo, quien no tenía<br />

dolientes. Su memoria le trajo el sagrado sacramento que el<strong>la</strong> había<br />

recibido, apadrinada por don Tomás, dizque <strong>para</strong> sacarle “el mandinga”<br />

que tenía <strong>la</strong> pobre por dentro. Recordó el “mal de ojo” que le<br />

había puesto María Vicenta a Juan, cuando él apenas tenía cinco años y<br />

lo enfermó con una diarrea casi durante un mes. A su mente vinieron<br />

todas <strong>la</strong>s personas que le habían hecho daño, entre el<strong>la</strong>s, el chino<br />

Andrés, el marido de su hermana mayor, quien <strong>la</strong> había deshonrado<br />

con el dedo, cuando el<strong>la</strong> apenas tenía diez años. Todos ellos le vinieron<br />

a <strong>la</strong> memoria, pero tuvo el temor de entregar el alma de alguno de ellos<br />

a cambio del descanso en paz de don Tomás y de <strong>la</strong>s cincuenta y seis<br />

morocotas.<br />

JOONJ<br />

El iluminado de San Sebastián

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