Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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olígrafos y todo lo necesario <strong>para</strong> evitar el toque de diana, <strong>la</strong> cual anunciara<br />
una guerra estúpida e innecesaria.<br />
Idelfonso, proveniente del otro <strong>la</strong>do del océano y testigo de dos<br />
grandes tragedias apocalípticas europeas, se propuso impedir, en lo<br />
posible, una matanza entre pueblos hermanos y ofreció una salida salomónica.<br />
—A partir de <strong>la</strong> próxima semana estoy dispuesto a compartir mi<br />
persona con los pob<strong>la</strong>dores de El Martillo y los de El Yunque. En vista<br />
de <strong>la</strong> munificencia con que me acogieron los pob<strong>la</strong>dores de El Yunque<br />
no puedo permitir que sufran <strong>la</strong> ignominia de una guerra por culpa mía<br />
—mientras lo escuchaba, no sabía si el francés era un vividor porque le<br />
gustaba vivir, tal como él mismo se autodenominaba o simplemente,<br />
que solía aprovecharse de <strong>la</strong> circunstancia <strong>para</strong> sacar provecho <strong>para</strong> él<br />
mismo. Cualquiera que fuese el motivo <strong>la</strong> intención era noble: evitar un<br />
nuevo enfrentamiento entre los dos pob<strong>la</strong>dos.<br />
En fin, se levantó un acta de <strong>la</strong> reunión donde se acordó que el<br />
francés viviría seis meses en El Martillo y los otros seis en El Yunque.<br />
Eso sí, quedó asentado que los gastos de mantenimiento que incluía<br />
vivienda, vestido, alimentación y otros desembolsos menores lo sufragarían<br />
los habitantes de cada región. A partir de ese día el francés vivió<br />
mejor que nunca, porque ambos pueblos se esmeraban en darle al rubio<br />
afortunado, una estadía de rey.<br />
Al final de <strong>la</strong> reunión, felicité al francés por su solución salomónica,<br />
puesto que todos salieron beneficiados sin ningún tipo de sacrificio.<br />
Tuve el abuso de referirle que se había conducido como los viejos<br />
sabios de <strong>la</strong>s civilizaciones antiguas, a pesar de que nunca le había preguntado<br />
su edad. Parecía muy joven por su dinamismo, pero su gran<br />
experiencia en <strong>la</strong> vida, lo hacía ver como un hombre muy maduro.<br />
Recuerdo, que como un apotegma, afirmó:<br />
—La edad no se mide por los años cumplidos sino por <strong>la</strong>s experiencias<br />
acumu<strong>la</strong>das. Por ello te puedo decir que tengo como cien años.<br />
Muchas personas pasan los sesenta años y su experiencia no pasó de<br />
hacer todos los días lo mismo que hizo el día anterior. Eso no es vivir;<br />
eso es morir lentamente.<br />
Con el tiempo, a nuestro amado galo se le olvidó su patria, ya ni<br />
siquiera recordaba <strong>para</strong> qué había venido a <strong>para</strong>r a estos confines, sólo<br />
se dedicaba a vivir. Lo único que hacía era bienvivir una temporada allá<br />
y otra acá. Algunas veces, lo observaba con algún libro o algún recorte<br />
JNPTJ<br />
Diálogos con el vividor