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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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experimentando su propia desgracia. Por una semana permaneció cerrado<br />

El Paralelo dado el luto que nos embargaba.<br />

«“¡Ha muerto <strong>la</strong> reina!” “¡Viva el rey!” En realidad, no era en un rey<br />

en lo que me había convertido, era el dueño, amo y señor, mejor dicho,<br />

el gran cabrón de El Paralelo. Por lo tanto, quise que todo continuara<br />

igual como lo había dejado mi madre. Pero aunque lo intentara, sentía<br />

que faltaba su mano prodigiosa, <strong>la</strong> mano que le daba un toque mágico al<br />

burdel. Sabía que <strong>la</strong>s cosas no serían iguales.<br />

«Me alejé de Pigalle durante un tiempo, debido a <strong>la</strong> ausencia de mi<br />

madre; mi efervescencia por <strong>la</strong> francesa permaneció en reposo. Pero al<br />

igual que el sol, que a <strong>la</strong> hora del crepúsculo se oculta con <strong>la</strong> seguridad<br />

de que en <strong>la</strong> mañana habrá un nuevo amanecer, así apareció de nuevo <strong>la</strong><br />

gran pasión hacia <strong>la</strong> mujer prohibida <strong>para</strong> mí.<br />

«Las conversaciones de <strong>la</strong> francesita con Isadora continuaron durante<br />

mucho tiempo, mientras persistían <strong>la</strong>s miradas eléctricas que me<br />

<strong>para</strong>lizaban. También podía asegurar, con tristeza, que <strong>la</strong>s atenciones<br />

del bai<strong>la</strong>rín hacia mí estaban en su punto muerto. No comprendía nada<br />

de lo que estaba pasando. Yo consideraba a <strong>la</strong>s mujeres como un negocio,<br />

y en el amor, era como una novicia, cuyo único sentimiento es hacia<br />

Cristo. Cuando estaba frente a Pigalle, podía sentirme como un recién<br />

tonsurado cuando observa <strong>la</strong> portada de una revista pornográfica. Algunas<br />

meretrices, que como en todo burdel corren los chismes, afirmaban<br />

que el bai<strong>la</strong>rín y <strong>la</strong> francesa estaban enamorados de mí. Pero, parece ser,<br />

que los ojos de los humanos sólo miran lo que ellos quieren ver, y yo, en<br />

verdad, no percibía lo que estaba ocurriendo a mi alrededor.<br />

«Tuve <strong>la</strong> intención de hab<strong>la</strong>rle a Pigalle de una posible re<strong>la</strong>ción.<br />

Además, como yo era el amo y señor de El Paralelo podía nombrar<strong>la</strong><br />

nueva madama. Pero tal como si fuese una orden divina, recordaba <strong>la</strong><br />

reg<strong>la</strong> de <strong>la</strong> primera patrona y <strong>la</strong>s de mi madre, como si estuviese escrito<br />

un onceavo mandamiento en <strong>la</strong>s tab<strong>la</strong>s de Moisés:<br />

«—No mezcléis el amor, el p<strong>la</strong>cer y el trabajo.<br />

«Estas pa<strong>la</strong>bras me enfermaron durante toda mi vida y fueron <strong>la</strong><br />

causa de mi infelicidad. Al acostarme y al levantarme persistía <strong>la</strong> obsesión<br />

por esa mujer, sus ojos azules, sus dientes nacarados, su cabellera<br />

negra, su tez impecablemente b<strong>la</strong>nca y su hermosa figura aca<strong>para</strong>ban<br />

mis pensamientos. Toda el<strong>la</strong>, junto con todos sus atributos, pasó a ser<br />

parte de mi vida. Sabía que era un sentimiento, pero no lograba darle<br />

JONQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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