Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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JNSRJ<br />
La nacionalidad<br />
diálogos. No hab<strong>la</strong>ban de música, ni de fútbol, no se referían a <strong>la</strong>s muchachas<br />
con <strong>la</strong> picardía de siempre. Sólo había un tema de conversación:<br />
<strong>la</strong> guerra.<br />
—Crisóstomo, ayer leí un periódico que trajo mi tío Ambrosio de<br />
<strong>la</strong> capital. Allí se escriben cosas que no caben en mi entendimiento. Leí<br />
que debíamos dec<strong>la</strong>rarles <strong>la</strong> guerra por <strong>la</strong> continua vio<strong>la</strong>ción que ustedes<br />
vienen haciendo de nuestro territorio.<br />
El amigo aludido, levantó <strong>la</strong> cara sorprendido y respondió con una<br />
pregunta.<br />
—¡Qué vaina, Enésimo!, ¿quiere decir que desde que éramos pequeños<br />
tú y yo, nos <strong>la</strong> pasábamos violentando <strong>la</strong> integridad territorial<br />
de los dos países y no sabíamos que eso era causa de una dec<strong>la</strong>ración de<br />
guerra?<br />
El joven de acá, tampoco entendía lo del exhibicionismo de <strong>la</strong> gran<br />
cantidad de armas, muchas de el<strong>la</strong>s recién adquiridas que llegaban continuamente<br />
al cuartel, mientras que había otro lote que nunca usaron y<br />
permanecían abandonadas en galpones.<br />
—Bueno, tan sólo una vez —a Crisóstomo le había dicho un viejo<br />
sargento:<br />
—La utilizamos en los desfiles que se hicieron en <strong>la</strong> capital,<br />
durante <strong>la</strong> celebración de los días patrios y de <strong>la</strong> nacionalidad. Luego,<br />
ese mismo día regresamos al pueblo, depositamos <strong>la</strong>s armas en esos galpones<br />
y más nunca le dimos uso.<br />
Esa fue <strong>la</strong> confesión que el viejo soldado le hizo al joven recluta.<br />
Crisóstomo se paró con ánimo de despedirse de su amigo y le<br />
manifestó:<br />
—Yo estoy muy confundido con lo que está ocurriendo. Ayer vi<br />
que al cuartel entraron más tanques y más cañones; deben costar<br />
mucho dinero. También observé a varios señores rubios y colorados,<br />
tenían unos uniformes diferentes al nuestro. Por allí se comenta que<br />
vinieron a enseñarnos a manejar esos bichos nuevos.<br />
Onésimo también se levantó, se sacudió <strong>la</strong> parte trasera de sus pantalones<br />
raídos, observó cuando se acercaron carros militares, desde allí<br />
le gritaron:<br />
—Sube al camión; dentro de poco comenzaremos a defender nuestra<br />
soberanía.